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6 de septiembre de 2009. A las seis de la tarde, llegada a nuestra ciudad del tradicional Cascamorras. Así nos lo recuerda la programación oficial de la Feria y Fiestas de Baza que hoy se inician y para las que la ciudad precisa, de unos años acá, vestirse con su traje de plástico negro.
Traje que recubre lo más bello de muchas de sus calles y plazas y hasta lo no tan importante pero sí necesario. La pintura lo va a impregnar todo cuando un enorme torbellino de gente se arremoline en torno a un Cascamorras que ya viene de camino y que llenará a rebosar calles y plazas.
Apenas pasado el mediodía, el Alcalde desea suerte a casi medio centenar de fotógrafos que captarán las imágenes de la fiesta. Dos plantas más abajo, en la casa de todos, se encuentra ya un tal Rafael Vallecillos, de 35 años, comenzando a vestir sus ropas de Cascamorras y bajo la expectación de varias televisiones de dentro y fuera del país, deseosas de saber su historia y de contar los instantes previos a una fiesta para la que está ya todo a punto.
Los más jóvenes parecen ser la avanzadilla por las calles de la ciudad y todos con el mismo rumbo que lleva a Las Arrodeas, donde son muy jóvenes también los primeros que allí han llegado ya y que, antes que ningún año, han acabado con las provisiones de esos miles de pintura ecológica que darán la nota de color, negro por supuesto, a toda la comitiva.
La primera capa de aceite, nivea, vaselina... cada cual con su propia receta y siguiendo el consejo que de boca en boca cuenta cuál es el mejor remedio, sobre todo para los que no suben a pintar, sino a pintarse y que aún antes de que llegue el Pedernal de turno ya están como andantes y relucientes trozos de carbón a causa d la pintura
Una pintura que obliga a una preparación previa en condiciones, por todo el cuerpo, y que no sólo recorre los cuerpos sino que llega algo más allá, aunque no acabe de entenderse muy mucho el que participen los coches en este ritual.
Sí que está claro que el asunto acaba convirtiéndose en el mejor de los entretenimientos y que hace sentirse a gusto con el look de moda en esta tarde, el cual hay que lucir con orgullo y hasta aprovechar para jugar durante la espera o hasta para lucir un aspecto del que realmente se llega a presumir.
Grandes y pequeños, hombres y mujeres y, sobre todo, muchos niños y jóvenes que son el orgullo y futuro de una fiesta que sigue yendo a más y de la que se disfruta de a forma más intensa que uno pueda imaginar, por encima de sexos o edades.
Son, en definitiva los rostros de la fiesta, las caras que se queiren mostrar a las cámaras de quienes por allí nos movemos con el artilugio en las manos y ante las que incluso algunos exigen el ser inmortalizados, con excepciones que, aunque raras, haberlas, haylas.
Es el Cascamorras, también, un motivo que agrupa a los amigos y que les hace acudir juntos, como a las mejores citas de postín, con otro atuendo como es fácil de suponer, pero con el mayor convencimiento de que es fiesta de amigos y de pasarlo bien
Cuando se acercan las seis de la tarde, es momento de retoques y se ajusta el calzado; se fuma ese último y milagrosamente blanco cigarrillo, o se da el último trago, mintras ya se vigila hacia donde se va a disparar el cohete decisivo, tras los dos estruendos anteriores.
Y entre lo que ya empieza a ser un mar negro no falta incluso la pequeña que quiere cuidar su ropa y su cara y que, para dar un beso, prefiere darlo "de lejos", quizá porque aún no entienda el por qué de esa negritud que aún así alcanza a mostrar rostros tan bellos.
Un par de minutos y serán las seis ya. Todo a punto y espera tensa ya, porque el cohete que anuncia el inicio de la carrera no puede tardar mucho ya. Varios miles de bastetanos, y de llegados incluso de fuera de las fronteras de nuestro país, esperan ver asomar ya, tras esa curva que marca el inicio, al accitano que va tras la bandera de la Virgen de la Piedad y al son del tamborero.
Arriba, a lo lejos, se divisa ya la enseña a la altura de los depósitos y un alboroto de gente que se arremolina en torno a ella, cuando vemos pasar al mismo Alcalde bastetano y, poco después, un Cascamorras que empieza a estar ya negro, antes de lo que debiera y que denota una tensión extrema cuando sabe llegado el momento de cumplir la promesa que hasta Baza le trajo.
La bandera abre camino, a duras penas, en el grupo se anima al de Guadix y se trata de avanzar por el camino de tierra que van pisando quienes, paralelamente, reclaman el seguir avanzando y que no empiece a pintar nadie. Difícil saber cómo, pero se sigue avanzando, entre voces que reclaman una y otra vez un poco más de paciencia y hasta hay quien aprovecha para tocar esa cachiporra que pronto pasará a su dueño, justo en el instante que marcará el inicio de la carrera.
A trancas y barrancas, se avanza un poco más y se hace la entrega que ha de servir, cual disparo de salida, al inicio de una carrera que va a marcar la tarde bastetana y que, sin saber ni cómo, inician ya los más avanzados en el camino.
Cascamorras ha comenzado y la avalancha sobre el accitano hace que el espacio se convierta en una inmensa esponja de personas que quieren acercarse hasta él y, aunque sólo sea eso, poner sus manos manchadas sobre algún trozo de su piel, aunque sólo sea rozando su cuerpo, para sentirse protagonista activo de una tradición que manda pintar al enviado de los accitanos.
Es por eso que, tras el primer amago, la carrera se detiene y el apretujamiento llega a hacerse infinito, mientras los más cercanos a cascamorras tratan de procurarle el mínimo espacio que permita su avance, en lo que parece misión difícil.
Se prueba a auparle a hombros y mostrarle que hay que avanzar mientras, como siempre ocurre a lo largo del recorrido, no falta esa mano negra que porta un inmaculado e increíble trapo blanco con e que limpiar los ojos al de Guadix, porque a Cascamorras se le quiere y se le mima y hay que cuidarlo como al más preciado bien.
El apretujamiento llega a ser infinito cuando, ¡milagro!, parece hacerse un angosto pasillo entre los cientos de cabezas negras que, aunque difícil de creer parece, deja hasta ver la tierra del suelo que se ofrece al Cascamorras para que lo corra.
Y Cascamorras acepta el reto, aunque pequeño es el tramo que lo consigue, cual milagro del Mar Muerto que hace que el negror vuelva a cubrir el espacio de suelo al completo y que vuelva a desaparecer entre ese otro mar de cabezas que lo transforman en mar negro.
Y la comitiva sigue su avance, mientras se acerca ya a las primeras casas de los bastetanos, en la parte más alta de la ciudad, donde se inician también las primeras filas de espectadores que, abarrotando los laterales serán ya guía de todo el camino que por delante queda y por el que no sólo ha de pasar e Cascamorras, sino que hay que enseñorear el paso de todos.
Y se siguen viendo los rostros de la fiesta. De los más veteranos y de los más jóvenes; de quienes pintan y de quienes van a pintarse, de quienes viven y disfrutan de una fiesta a los sones que el tamborero arranca y que marcan el itinerario por el que se avanza.
Y se avanza disfrutando mientras se muestra cómo se vive la fiesta y cómo cada cual decide el atuendo a su manera, mientras uno sigue observando cómo los rostros muestran una abierta sonrisa que no sólo enseñorea a la fiesta sino que la llena del más sana disfrute de quienes en ella se encuentran.
La comitiva sigue su ruta mientras las disputas llegan por el control de cuando se ha de jurar la bandera. Los hay que siempre quisieran y los hay que procuran apurar hasta la llegada a los lugares que marca la tradición más arraigada.
... mientras seguimos viendo los rostros que dicen que Baza está de fiesta, una fiesta que se empieza a vivir con el recelo de niño pero que se acaba queriendo con pasión infinita, mientras las gentes de Baza disfrutan de ella con alegría, con emoción, con sorpresa... con el alma
Cuando llegan frente a La Alameda, una nueva parada se ha impuesto a la altura del monumento a Cascamorras, en la que siempre se produce una intensa batalla para acompañar al accitano a que se aúpe junto a su homónimo de piedra, junto al que a duras penas se erige y blande al aire su porra, antes de dirigirse a uno de los puntos claves del recorrido.
Los Caños Dorados apenas dejan ver los restos de las vallas de la otrora terraza del Mariquita. El resto, otro mar negro en el que cuesta distinguir hasta la bandera y en el que muchas de las personas que hasta allí han llegado con ropas blancas, no tardarán en verlas convertidas en negras.
El baño es tan inevitabe como agotador, cuando se trata de mojar a quien apenas tiene el más mínimo espacio físico para ocupar, a pesar de lo cual llega al antiguo abrevadero y fija sus tobillos, que no más, en el agua de procedencia tan leonina como la fiereza que hace falta para estar en ella.
Después, vuelta a ese apretujamiento infinito y milagroso en el que, simplemente, no se cabe. En el que el espacio es más pequeño que quienes pretenden ocuparlo. En el que andar, simplemente, se convierte en la aventura más grande e imposible jamás soñada.
La lucha es una cuestión vital por ocupar el espacio, por poder caminar, por poder respirar, mientras suena la imposible petición que reclama que corra Cascamorras, quien ya quisiera para sí el imprescindible espacio para dejar que su cuerpo tornara a poder retomar la libertad de movimientos que ahora parecen más que imposibles.
Sí que se puede atender, y de qué manera, la otra petición que vuelve al grito de ¡Bandera, bandera...! y que no es que resulte más fácil pero, al menos, aupando al de la porra, podrá recoger la enseña y tratar de moverla en el aire que sí existe por encima de las cabezas.
Tras el protagonista de la fiesta, de nuevo, el mar negro que parece inagotable e infinito. Marchó ya Cascamorras y el reguero de negritud sigue ocupando todo un espacio en el que vemos rostros que conocemos y que saludan a nuestra cámara, mientras nos hablan del disfrute en una hermosa fiesta.
Fiesta que sigue su camino, mostrando siempre sus rostros. Los de esos bastetanos anónimos que están ahí para que se cumpla la tradición y que Baza no se quede sin una de sus dos patronas, que vaya lujo el tener dos en vez de una. Y los de quienes necesitan sentarse, como sea, en busca de un poco de reposo que la fiesta sigue su marcha y aún queda llegar al convento.
Y con la mayor de las emociones siguen la fiesta los más pequeños, la cantera de los cascamorreros que han de hacer aún más grande esta fiesta. Algunos a hombros de los más grandes, para no perderse detalle y para mamar de la fiesta que habrá de marcar su esencia.
Mientras, la carrera ha seguido por las calles del Agua, Ancha, Corredera y Dolores, mas estirada a veces, más compacta y apretujada otras, dirigiéndose a la Plaza Mayor donde no cabe más gente que aguarde el paso de la comitiva negra y donde por el Arco de la Magdalena se llegará al embudo que supone la calle Zapatería para acceder, por San Juan, hasta la plaza del convento donde la Piedad aguarda tranquila de que no ha se salir de viaje.
El espacio se ha dejado libre a la llegada de una comitiva que pronto lo hace infinitamente pequeño, tras dejar el pasillo que permite a la bandera situarse a la puerta del convento, donde ondeará por última vez para terminar con nuevos vivas a la patrona bastetana
Vuela la enseña sobre las cabezas, gritan las gentes con la boca menos que con el alma y el apretujamiento de cuerpos ennegrecidos deja brotar sobre ellos, de nuevo, a la figura de un Cascamorras que mira ya con ojos de despedida, de que la fiesta se acaba.
Un Cascamorras que asume su anunciado fracaso y que va a recibir el premio de una bastetana que, erigiéndose sobre la masa, le da un beso en la cara. Un beso de bastetana que representa, sin duda, el gran papel de la mujer en la fiesta a la que ya aporta su presencia y su papel que enaltecerá esta fiesta.
Y hasta aquí llega la carrera, que acaba teniendo que arrancar materialmente al Cascamorras de quienes quieren que siga la fiesta, de cuyo final se encargan las expertas manos que arrancan al de Guadix de quienes a él se aferran pidiendo que esto no se termine.
Reposa ya la bandera, junto al huerto del convento, y la satisfacción es más que manifiesta cuando Cascamorras vuelve a saber el color de su piel y comparte con los suyos el haber cumplido su promesa. Duro, sin duda el haber podido pagarla. Pero ahora sabe que mereció la pena.
Queda rendir visita y cuentas a la Virgen, con previa expresión de amor hacia Ella y la emoción de estar en su camarín, a solas, viendo lo bien que en Baza se encuentra.
Final de fiesta que es principio se trabajo para algunos. La huella que deja esa gran serpiente negra hay que eliminarla, mientras hay quien sueña con una negra fiesta en la que los trapos desaparezcan o en que las huellas no manchen lo que o debieran.
Toca ahora reponer fuerzas y celebrar que se ha vuelto a producir el milagro de que la carrera llegó a su fin sin incidencias que la empañen. La mano de a Virgen protege sin duda a cuantos en ella se apretujan y hace que, cuando todos los números apuntan siempre a lo contrario, nadie resulte dañado y el mismo Cascamorras luzca sus galas a la siguiente mañana por las calles de Baza
Con visita al Alcalde al que se le confiesan sentimientos y se dan detalles de lo vivido y con quien llegan las fotos de quienes se arremolinan al ver el traje multicolor que sale de la casa de todos los bastetanos, dispuesto a ondear de nuevo la bandera por encima de las cabezas de quienes se agachen para corearlo.
Y recorre toda la ciudad, mientras las cámaras quieren guardar recuerdo de su presencia, mientras niños y mayores vuelven a ponerse bajo la bandera y mientras los bastetanos arden ya en deseos de que comience una nueva fiesta.