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LA MATRACAArtículo publicado originalmente en la sección “Última Página” de la revista “El Norte” publicado en la primera quincena de abril de 2010 |
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Hemos dejado ya atrás los días de especial recogimiento, especialmente para algunos, en los que el tiempo, con su clemencia, ha permitido que el magnífico trabajo de los cofrades haya podido salir a la calle para dar vida a esta Semana de Pasión y Gloria. Todo ha sido perfecto. Corresponde elogiar el buen hacer de todos los implicados en esta Semana Santa bastetana, una semana para la que se trabaja durante todo el año. Han sido días, al mismo tiempo, de fiesta, en los que no han faltado las diversiones, el cine, las discotecas, la música, los helados y hasta el chocolate con churros. Vamos, como cualquier otro momento festivo de cualquier mes del año. Sin embargo, la Semana Santa, en este sentido, no siempre ha sido así. Me vienen a la mente aquellos duros años cuarenta, en los que incluso estaba prohibido oír música por la radio. Evidentemente, no había cine, ni espectáculo alguno en los días de mayor conmemoración, esto es, Jueves y Viernes Santo. Tanto es así que ni siquiera se escuchaban las campanas de las iglesias. Mis padres decían que “hoy sólo se escuchan las matracas, aunque las de aquí las quemaron, o las destruyeron en la Guerra.” Y es que nuestros padres y abuelos sí conocieron y oyeron el sonido de este singular y extraño instrumento, en el que la madera es su principal materia prima. En definitiva se trata del golpeteo de una bola, sujeta una cinta de cuero, sobre un trozo de madera. Aunque en realidad no era una sola bola la que golpeaba, había un mínimo de cinco o seis en cada una de las cuatro partes en las que se dividía el instrumento. El artefacto se giraba por medio de un manubrio o eje central, y las bolas golpean, con un ruido seco y apagado, lúgubre pero muy repetitivo, que, en realidad, atormentaba la cabeza al poco de iniciarse. |
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Fue entonces, ante estas circunstancias, cuando aparecieron las “matracas”, estos instrumentos rústicos, que se colocaban en la parte superior de todas las torres de las Iglesias, y se les hacia tocar para llamar a los fieles a los oficios religiosos de estos dos días. Su sonido seco hacia de tañido con sus bolas de badajos. No era un sonido agradable, pero tampoco eran de fiesta los días en que se tocaba, aún cuando los tiempos hayan cambiado tanto que consideremos “fiesta” el Jueves y el Viernes Santo. Situados estos instrumentos siempre en la parte superior de las torres, es posible que de aquí surgiera el dicho popular de “va a arder hasta la matraca”… cuando se declaraba algún fuego, este iba a llegar hasta la parte más alta del inmueble más alto. |
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De estos instrumentos sí que se conservan verdaderas joyas, ya que con los mismos se hicieron filigranas en las que mediante un conjunto de ruedas dentadas y de cajas de distinta longitud, se emitían curiosos sonidos cual si fuese un pequeño órgano. Finalmente y recordando estos días de Semana Santa, diremos que los únicos sonidos procesionales que se admitían era los producidos por las “sordinas” que emitían lúgubres y tristes sonidos delante de cualquier procesión, y las “escolanías o capillas” que acompañaban a las imágenes con música religiosa. Hoy los tiempos han cambiado, pero conviene recordar también lo que fueron anteriormente estas costumbres religiosas. |
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