POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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NUESTRAS VIDAS AJENAS

“No me duelen los actos de la gente mala,
me duele la indiferencia de la gente buena”
M.L.K.


Hace ya más de medio siglo que Martin Luther King tuvo un sueño de libertad en el que presintió la llegada de ese día en que todos los hijos de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos y cristianos, protestantes y católicos, serán capaces de unir sus manos y cantar las palabras de un viejo espiritual negro: '¡Por fin somos libres! ¡Por fin somos libres! Gracias a Dios todopoderoso, ¡por fin somos libres!'. Un sueño de libertad que al final se quedó flotando en el mundo onírico de lo irrealizable, y ya sabemos que no es lo mismo soñar algo que vivirlo. Los hombres, y las mujeres, que también existimos, continúan separados por las religiones, por las ideologías, por las fronteras trazadas artificialmente, por los muros que se siguen levantando entre el hambre y la opulencia. Es desalentador que la libertad se haya quedado en sueño, y que el maltrato a su esencia sea la realidad cotidiana y no una pesadilla de la que poder despertar. Ni somos libres, ni se nos da, siquiera, la oportunidad de seguir soñando con serlo; porque estamos encerrados en un sistema que marca el camino y la meta, mucho más allá de la oportunidad de ser dueños de nuestras vidas ajenas. Es muy difícil mantener posturas de conciliación en un mundo de enfrentamientos tan frecuentes que parecen ser la norma; y sin embargo, es imposible construir un futuro común a base de desencuentros.

Vivimos en un mundo de eufemismos y etiquetas, en el que la ley se aplica según quién delinca, y el pecado es mortal o venial según quién lo cometa. Somos miles de millones y no tiene nada de raro que nos sintamos solos, sabiendo ya que si algún día nos toca ser los perseguidos de turno, nadie moverá un dedo por nuestra salvación. Si la solidaridad y la generosidad, o la igualdad y el bienestar común no son más que palabras vacías de contenido, serán prácticamente insalvables los abismos que se abran entre todos día a día, siendo para ello cualquier excusa buena. Lo que hoy les hacemos a los que están peor que nosotros, mañana pueden hacérnoslo quienes estén mejor, es así de elemental y desagradable. Pero mejor será que nos vayamos abriendo camino por entre tanto obstáculo, y que, a pesar de la soledad de quien elige escuchar su voz más que el dictado de los demás, le demos tantas oportunidades a la alegría como seamos capaces. Dicen que la tristeza acorta la vida y que la risa te quita las penas, así que estar felices debería ser la pretensión, aunque por momentos pueda parecer pura osadía. De manera que como la felicidad son momentos, pequeños instantes que nunca vuelven, podemos aspirar a sentir las cosas buenas con toda la intensidad posible, ninguneando las malas hasta la ignorancia total. Ahora que pronto cambiaremos de año, con el consiguiente juego de renovados deseos, quedémonos con lo que nos procure placer vital y desterremos de nuestros dominios lo que de cualquier modo nos agreda.