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MONTAÑAS Y OLVIDO |
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Con esta convicción, no es difícil creer que estás descubriendo paisajes vírgenes, entornos hasta ahora desconocidos, pisando la tierra que nadie pisó... hasta darte de bruces con las cortijadas o las aldeas en ruinas, que te hablan precisamente de vidas anteriores, de historias ya escritas aunque no las hayas leído. No puedo evitar que mi imaginación se despierte alborotada cada vez que, en medio del olvido, me topo ante la huella de vida humana anterior que ha dejado un claro rastro de piedra y vigas de madera; así como de árboles que hoy siguen vivos, aunque abandonados, y que si los escuchas en silencio tal vez te transmitan un eco de risas, de músicas, de algarabías, y, por qué no, también de llantos. Llegar hasta donde otrora existió un hogar, siempre me suscita interrogantes que apenas podré resolver asida a la realidad; pero que si es cuestión de imaginar, otro gallo canta. Quién construyó la casa hoy en ruinas, cuántos habitantes había y qué relación les unía, quién fue el último morador, cuántos animales se cobijaban en el pesebre; observar rastros de alguna huerta y árboles frutales ya asilvestrados... Podría pasarme horas sentada a la sombra de los árboles que sin duda fueron plantados por los dueños de estas edificaciones hoy en ruinas, a veces con una fuente de piedra con sus asientos estratégicamente situados para empaparse de la inmensa belleza de la naturaleza y de sus seres vivos. Perdida entre montañas, andando desde lo que hoy está vivo hasta lo que se desdibuja bajo el inapreciable pero implacable peso del olvido. Podría ser toda una metáfora, pero de qué es algo que dejo en el aire, para que cada quien de ustedes le dé su propio significado. |
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