POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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MONTAÑAS Y OLVIDO


Me gustan las montañas, porque invitan a integrarlas en el paisaje, a la vez que llegar a sus faldas y ascender hasta las cimas. Baza, dominando una hoya rodeada de cerros, sierras, picos y calares, es un enclave ideal para quienes amamos la naturaleza y las alturas. Aún hay verde en el corazón de la llanura limitada por montañas, desde el Cerro Jabalcón hasta los calares de la sierra de Baza. Y entre ellos, la sierra de Castril, la de Marmolance, el Perico Ruiz, la Sagra; y las sierras de Orce, María, de las Estancias y Filabres. Un valle alto y plano, de ahí lo de altiplanicie, con importantes cimas, que superan en varios casos los dos mil metros de altitud, a pesar de su general accesibilidad. Un amplio paisaje de cielos espectaculares y una luz de ensueño, que no pasa desapercibida para los amantes del cine y de la fotografía. Baza y su entorno natural es fuente de inspiración para artistas, pues conjuga a la perfección el lenguaje de los sentidos. Y para inspirarse, nada mejor que elegir un destino y hacer el camino hacia él, de entre los muchos que a veces hay; recordando siempre que si llegar importa, lo esencial es disfrutar cada paso del itinerario elegido. Hay muchas rutas, muchos senderos, pero nunca serán iguales para los diferentes caminantes que los recorran. Así que nada mejor que abrir y sentir cada paso de tu camino; porque, aunque no te des cuenta, es único y sólo tuyo.

Con esta convicción, no es difícil creer que estás descubriendo paisajes vírgenes, entornos hasta ahora desconocidos, pisando la tierra que nadie pisó... hasta darte de bruces con las cortijadas o las aldeas en ruinas, que te hablan precisamente de vidas anteriores, de historias ya escritas aunque no las hayas leído. No puedo evitar que mi imaginación se despierte alborotada cada vez que, en medio del olvido, me topo ante la huella de vida humana anterior que ha dejado un claro rastro de piedra y vigas de madera; así como de árboles que hoy siguen vivos, aunque abandonados, y que si los escuchas en silencio tal vez te transmitan un eco de risas, de músicas, de algarabías, y, por qué no, también de llantos. Llegar hasta donde otrora existió un hogar, siempre me suscita interrogantes que apenas podré resolver asida a la realidad; pero que si es cuestión de imaginar, otro gallo canta. Quién construyó la casa hoy en ruinas, cuántos habitantes había y qué relación les unía, quién fue el último morador, cuántos animales se cobijaban en el pesebre; observar rastros de alguna huerta y árboles frutales ya asilvestrados... Podría pasarme horas sentada a la sombra de los árboles que sin duda fueron plantados por los dueños de estas edificaciones hoy en ruinas, a veces con una fuente de piedra con sus asientos estratégicamente situados para empaparse de la inmensa belleza de la naturaleza y de sus seres vivos. Perdida entre montañas, andando desde lo que hoy está vivo hasta lo que se desdibuja bajo el inapreciable pero implacable peso del olvido. Podría ser toda una metáfora, pero de qué es algo que dejo en el aire, para que cada quien de ustedes le dé su propio significado.