POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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SIN ESCRÚPULOS


Vamos creciendo, madurando, aprendiendo; incorporamos a nuestro conocimiento todas las novedades que nos servirán para progresar sin dificultades o problemas añadidos. Mas todo ello no basta cuando a tu comportamiento visible responden la invisibilidad y el ocultamiento; cuando no la mentira y el manipularte según intereses que nada te interesan, válgame la redundancia. El hablar distintos idiomas conlleva por lo general una mala comunicación; aunque es mucho peor creer que compartes el mismo lenguaje con tu interlocutor, cuando a éste no le guían más que el fraude y las relaciones ficticias. Pues en este mundo social, es curioso que sean mucho más frecuentes las conductas antisociales que cualesquiera otras. Donde hay que compartir, nada tiene de raro que se compita; y donde se habla de amistad, estamos más ante enemigos encubiertos, que ante personas con las que contar cuando las necesitas. Lo corriente es ignorar que tienes adversarios cuando tú no estás en guerra, y esa es la indudable ventaja con la que cuentan los trepas, arribistas y demás advenedizos.

Es de suponer que en todo enfrentamiento hay que saberse rival y conocer contra quién se lucha; pero ocurre a veces que te rodea gente de la que desconoces por completo que están en pugna contigo, por lo que te pillarán desprevenido y con la guardia bajada. Por supuesto que si personas sin escrúpulos ascienden a los cielos, a costa de pretender mandarte al infierno previa o simultáneamente, es sólo porque hay quien premia su mal hacer. Siempre digo, porque lo creo firmemente, que si los necios prosperan es porque arriba les espera el más mentecato de entre todos los memos. Sin embargo, la ventaja que tienen para subir es contrarrestada de inmediato por la falta de interés para estar en lo alto, si sólo hay que ser malo para ello. Y aún les deja más hueco su triunfo, el que, para quienes no son como ellos, su victoria es el auténtico fracaso.

Y aunque ya se sabe que principios como ética, justicia, verdad, decencia y todos los sinónimos que queramos sumar, a estos les importan muy poco o nada; también es verdad que si se quedan solos con sus juegos con trampas, se suelen acabar aburriendo. Nada hay más absurdo que un exhibicionista sin un voyeur; y en este teatro de vanidades sin sustento pasa lo mismo, que ellos se lo guisan y ellos se lo comen. Peripatéticos y espurios, amén de insignificantes si se atienen a las reglas del juego. Se me antojan tan ridículos como esos amantes de las marcas, que se pavonean porque llevan tal de pitimí, cual de sintetrí y lo demás de jandermorenati, que nunca pierde... y sólo ellos se coscan, con lo cual al final resulta cierto eso de que Dios los cría y el viento los amontona, como a hojas muertas. Si tener escrúpulos implica vergüenza y conciencia, mejor no perderlos por el camino, ni cambiarlos por una escalera que sube a base de pisar a los demás. Que seguramente conllevará no acceder a eso que llaman éxito social, pero que no necesariamente te transforma en un perdedor. Porque los comportamientos verdaderamente sociales se basan en la verdad -la objetiva; no la tuya ni la mía-, y lo deseable es alegrarte con lo bueno de alguien, que no seas tú mismo, en lugar de envidiarle. Es tan simple como seguir tu camino sin pensar en derribar al que contigo se cruza.