POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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GORRIONES Y MIRLOS


Tengo la suerte de vivir en un ático desde cuyas terrazas se observan perfectamente los tejados de los edificios circundantes, y ello me permite disfrutar, cual feliz etóloga doméstica, de las aves que anidan en los huecos de las tejas, gorriones y mirlos en este caso. En un principio me mantenía pasiva, aprendiendo a discernir el canto, que en los gorriones no tiene nada del otro mundo, pero que en los mirlos es de una variedad y belleza, que sólo sentarse y escucharlos es un placer. Poco a poco empiezas a diferenciar sus cantos según las conductas: si están llamando a los miembros del grupo un poco antes del crepúsculo; si están mosqueados,  contentos o asustados; si estamos ante embelesado ensimismamiento cantarín, o su voz es pura orden que mejor acatar... No es raro que un mirlo hembra no se calle, sus cortas alas moviéndose como brazos amenazantes hacia sus crías, mientras éstas no obedezcan y se metan de cabeza bajo la teja que cubre su hogar; ¡vaya, menudas son las mirlas!

A los mirlos les gustan las antenas de los tejados; bueno, de sus tejados, que en conductas de territorialidad no se andan con chiquitas. Las usan como si fueran los árboles caducos de su jardín de barro, compartiendo sin problemas su hábitat natural si se trata de gorriones. Ambos tipos de aves viven en grupos no muy grandes que, conforme crecen en número, se van repartiendo las zonas sin que les separe mucha distancia, como familias bien avenidas. Y hasta donde yo compruebo con el paso del tiempo, gorriones y mirlos más que buenos amigos, se consienten mutuamente, aunque el tamaño marca quién tiene el último gorjeo. Se parecen también en que no suelen volar en bandada, aunque mientras los mirlos lo hacen en pequeña compañía y mucho más confiados, tampoco demasiada recreación, los gorriones vuelan solos y como deslizándose en un vaivén de desconfianza total. Y más les vale, pues si sus vecinos negros tienen muy pocos depredadores, a salvo de los gatos en sus alturas inaccesibles, ellos son uno de los bocados favoritos de los mismos cernícalos. Eso de tener que huir del enemigo tanto por tierra como por aire, es una razón más que suficiente para el curioso vuelo de un gorrión solitario.

Y tras la pasividad primera, mi curiosidad me llevó a interactuar, sin caer en la molestia, en las mismas conductas de mis pájaros vecinos. Empiezas llamándoles la atención, por ver cómo reaccionan, tratando de imitar sus cantos, sus silbidos, el ruido que provocan cuando no quieren que les molestes ni mínimamente. Pero pasada su curiosidad, y una vez que comprueban que ni entiendes ni hablas su lengua, la ignorancia es la tónica más frecuente, cuando no el irse a dar un paseo alado, a ver si, con suerte, a la vuelta me he perdido de su vista. Por lo que pasé a ponerles grabaciones de cantos de mirlos y de gorriones, separadamente siempre, y a observarles. Y aquí sí que me encontré con curiosas conductas, nunca la indiferencia entre ellas. Pertrechada con mi iPad y buscando en Youtube diferentes vídeos de sus distintos cantos, les puedo asegurar que me han deleitado con sus reacciones. Me encantará compartirlas con ustedes, pero, por cuestiones de espacio, eso será la semana que viene. Hasta entonces, si tienen la posibilidad de conocer el día a día, no sólo de las aves sino de toda nuestra fauna urbana, no duden en observarlo: ¡es de lo más entretenido!