POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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PARA LOS SENTIDOS DESPIERTOS


Hay palabras que en su significante encierran no sólo un significado, sino también su antónimo. Pensemos, por ejemplo, en desencanto: cómo entenderlo si no añadimos una magia previa que nos mantiene hechizados y embelesados; o sea, encantados. Igualmente se puede decir de desilusión, pues la decepción que implica, no se llega a comprender sin una primera alegría, sin un entusiasmo que nos dirija hacia las fuentes de nuestras expectativas. Al final, la desesperanza surge si esperábamos, por lo que será mucho más fácil evitarla si nos dejamos de ilusiones, que nos dejan más cara de ilusos que de ilusionados. Todo esto viene a colación por el desengaño que me he llevado esta mañana cuando he madrugado para disfrutar del amanecer, y me he encontrado con lluvia, viento, y ni rastro del Sol naciente.

Es un placer de lo más recomendable empezar el día esperándolo desde las últimas horas de la noche, en esa asombrosa transición, siempre misteriosa y nueva, entre la oscuridad y la luz de la temprana mañana. Ver amanecer es una experiencia siempre diferente y única, y sobrecoge ver cómo las estrellas y lo negro se van esfumando mientras reaparecen las siluetas de las montañas, los tejados y el paisaje, tras haber dormido agazapados en las sombras. No se me ocurre mejor hora para despertar, que cuando el cielo se empieza a teñir de colores; muy distintos, por cierto, a los del atardecer. Y es que no es lo mismo que los pinte el sol del alba, cuyos rayos se abren camino, y lo anuncian, sobre un cielo que empieza a azular; que que lo haga el rastro crepuscular del llamado astro rey, que se esconde con premura apagando el día. Aunque la rapidez es la misma, amanezca o atardezca: la espectacular belleza es cuestión de escasos minutos; porque cuando el Sol aparece, o se esconde, desaparecen los colores, y los cielos dejan de ser, no encuentro ahora una definición mejor, la fascinante paleta de un pintor cósmico.

De cualquier manera, sería triste que la lluvia nos estropeara el día sólo porque nos ha privado de un hermoso espectáculo natural que podremos admirar miles de veces más a lo largo de nuestra vida. Así que tras el madrugador chasco, no he encontrado nada más positivo que reconvertir la ilusión y dejarla mecer por el viento y el agua, que no dejan de ser maravillosos elementos de la naturaleza. Si el viento, como aprendemos en la escuela, es el aire en movimiento, y sin aire y sin agua no podríamos existir, cómo va a decepcionarnos que llueva o el silbo ventoso. Aunque la verdad es que mi relación con los sonidos del viento no es la más satisfactoria, para qué engañarnos, porque esos persistentes aullidos difíciles de acallar pueden acabar poniéndote de los nervios, muy especialmente cuando sopla el Levante. Pero esto no es Tarifa, así que lo más frecuente es una ligera brisa antes que un intenso viento, que cuando sopla sabemos que no tardará en irse con su canción a otra parte. Disfrutemos, pues, del paso de los días, saboreando los placeres que nos regalan, y estemos muy atentos, porque hay bellezas que, aunque inmensas, sólo son para los sentidos despiertos.