POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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A LA EXPECTATIVA


Pasamos excesivo tiempo lamentándonos de demasiadas cosas; tanto, que no es difícil sentir que esperábamos más, no sé hasta cuánto, pero más: de la familia, de los amigos, de los sentimientos, del trabajo, de los estudios, de la vida en general. Y se me antoja que es tiempo perdido, pues la existencia avanza de la mano de nuestro día a día; y para sentirnos bien, nada mejor que no dejarnos influir negativamente por lo que queda al margen de nuestro propio actuar. Sólo quien espera desespera, y cualquier tipo de expectativas se asemeja a una parada innecesaria. Si pones tus esperanzas en lo que no puedes alcanzar por ti mismo, estarás abriendo una puerta a la insatisfacción. Y si has de sentirte mal, que sea porque no estás respondiendo a lo que tú mismo esperabas de ti; nunca porque no des la talla ante los demás. Porque no hay modo de controlar lo que nos es ajeno, por mucho que esa ajenidad nos fascine. Bastante logro sería ya poseer el control de todo aquello que nos atañe en exclusiva, como para pretender, además, vivir pendientes del resto.

No podemos pasar por alto el hecho de que si no es raro que nos engañemos a nosotros mismos, lo más probable es que lo que te llega de los demás ni siquiera sea verdad, o al menos no del todo. Igual si estás perdido en un desierto, los espejismos puedan ayudarte para espolear tu escasa fuerza física y no dejarte vencer; sin embargo, pasar de ilusionado a iluso es más frecuente de lo deseado, especialmente si no te encuentras confuso ni te dejas llevar con facilidad por las falsas apariencias. Que esa es otra: coincidimos al preferir la esencia, pero ¿quién se muestra ante nosotros como es, o ante cuántos nos mostramos como somos? Y no es cuestión de verdad o de mentira, sino de supervivencia. Porque de la primera rebeldía que te ayuda a definir tu personalidad, cuando no te queda otra que abandonar la infancia y caminar a la adultez, ¡qué poco queda al alcanzar ésta; o qué pocas ganas te quedan de expresarla, precisamente cuando nuestra indomabilidad tiene una carga de profundidad mucho más potente que el NO sistemático de la adolescencia!

No hay que dejarse pisar por ningún esperaba más de ti -tampoco contestar mentalmente pues anda que yo...-, pero hay que evitar en la medida de lo posible defraudarse a uno mismo; porque, nos gustemos más o menos, sólo nos tenemos a nosotros desde el momento de nacer hasta el instante mismo de la muerte, y es mejor la armonía que la contradicción. Del mismo modo, de nada vale esclavizarse por posibilidades irrealizables con nuestro esfuerzo personal. Mejor vivir construyendo que esperando, y hacerlo sin aguardar nada que no provenga de nuestro interior. Que no implica, ni mucho menos, una insociabilidad o un aislarnos de los demás; antes al contrario: estando bien nosotros, las relaciones sociales serán sin duda de mayor calidad. Aunque lo peor de todo es mantenerse a la expectativa, que es como quedarse a verlas venir, porque la inacción que conlleva hará que la vida sentencie que si estás esperando, te esperes sentado; y todos y todas sabemos lo que ello significa...