POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LAS ARMAS MATAN


Las arman matan, con ese objetivo se fabrican y se distribuyen tanto para la guerra como para la paz; para ganar en ambos campos, el uno de batalla y el otro para la defensa. Las grandes potencias invierten en armamento ingentes cantidades que podrían remediar fácilmente algunos, si no todos, graves problemas de la humanidad, como el hambre y la pobreza. Cuesta asimilar que se levanten auténticos imperios económicos a costa de propiciar la destrucción y la muerte en escenarios diseminados por todo el planeta, y que el poder político sea un aval de que esto sea así, y no la solución a tanta incoherencia. Qué triste es saber que hay niños y niñas que lloran aterrorizados bajo el funesto retumbar de las bombas, y otros que tienen contados sus días porque la hambruna se los comerá; cuando los primeros deberían dormir tranquilos viviendo en paz, y los demás no tendrían que pasar necesidades, con tanto como se desperdicia en este mundo supuestamente civilizado. Más pan y menos metralla.

¿Son necesarias las guerras persistentes a lo largo de años y décadas? Porque puedo llegar a entender que a veces sea el único remedio, pero tan pocas veces, que más allá de ellas es pura decisión (in)humana el mantenerlas en el tiempo indefinidamente. Como también alcanzo a comprender la importancia de los ejércitos para un país, como elemento disuasorio y de defensa de la paz; pero de ahí a entretenerlos en juegos bélicos que la muerte tiene ganados de antemano, hay todo un abismo. Y por éste caen irremediablemente las aspiraciones humanas más elementales, empezando por el derecho a la vida. Nacemos para vivir, no para escapar de una muerte propiciada por el hombre; la vida ya es difícil por ella misma, y sólo con ella debiéramos pelear, sin silbidos de balas o estruendos de explosiones; aunque sólo sea porque el sonido de la música es mucho más bello.

Desde que tuve conciencia de cuántos habitamos el mundo, la población mundial casi se ha duplicado, y supera ya los siete mil millones de personas. No sé si somos pocos o muchos de acuerdo a los recursos de la Tierra, pero tengo claro que una distribución más igualitaria y racional de los mismos, es preferible al exterminio humano a través de la guerra. Siempre hay soluciones que no están manchadas de sangre, y matar debiera ser mucho más que un pecado, y no sólo estar prohibido por los dioses, sino muy especialmente por los hombres, que al fin y al cabo son los que se matan entre sí y los que mueren. Los conflictos armados son generadores en sí mismos de más y mayores contiendas; y hablando se entiende la gente, no matándose; aunque viendo el actual curso de los tiempos, cualquiera lo diría. No nos dejemos engañar, que la guerra no se acaba con más guerra, y las armas no son de juguete y matan de verdad. Para la paz no hay más solución que la misma paz. La pena es que sea tan elemental como ignorado.