POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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MUCHO MÁS QUE UNA PALABRA


Todo en su justa medida es signo de equilibrio, y si éste es emocional, andaremos cerca de la tranquilidad, que se asemeja bastante a lo que llamamos felicidad. Sentirnos en paz -con nosotros mismos para empezar, y con los demás como consecuencia directa-, es una buena meta a conseguir; aunque generalmente ocurre que los obstáculos exceden nuestras conductas personales, y a la postre uno no es quien quiere ser, sino como a uno le dejan; y cuanta mayor distancia entre ambos conceptos, peor nos encontraremos. Es verdad que todos los impedimentos no son insalvables, o salvables, en la misma medida; que algunas barreras saltarían por los aires con sólo soplarles, mientras otras se asemejan a muros de hormigón armado. Pero, con cadenas reales o imaginarias, para avanzar vitalmente hay que quererse, porque nos movemos en un mundo de odio, violencia, desigualdad e injusticia tales, que sin una serenidad de espíritu nos veremos arrastrados por ellos irremediablemente. Querernos a nosotros mismos de un modo proporcionado -que tan negativa es una autoestima bajo mínimos, como aquella que alcanza la estratosfera-, es condición sine qua non para neutralizar las hostilidades externas y ajenas.

Queriéndonos nos será más accesible la paz, que es mucho más que una palabra, o que una situación, si me apuran; incluso más que una simple consecuencia. La paz, que no se limita a una tregua o un armisticio, a una bandera o un símbolo universal..., y que es ante todo reconciliación, entendimiento y superación de enfrentamientos. Aunque haya mucho que separe, seguramente habrá algo, aun mínimamente, que una, y es ahí donde debiera incidirse. Teniendo siempre presente que no habrá paz sin igualdad, sin idénticas reglas para todos, o si nos roban la alegría o nos condenan al silencio. Y que no podemos casar palabras contrarias entre sí -ley injusta, guerra santa, armas defensivas, mentiras piadosas...-, y pretender al mismo tiempo una coherencia en el discurso; o, lo que es peor, en la doctrina. En cuestión de creencias, mejor ir por libre que hacer de la pertenencia al grupo un bastón para moverse con facilidad. Porque la libertad individual no cabe en dogmas o fundamentalismos, por millones de personas que profesen una u otra fe, y por siglos que lleve predicándose una u otra religión. A poco que uno entienda que cada quien tiene derecho a pensar, sentir, creer y vivir libremente desde el respeto a los demás; al tiempo que nadie se crea con el derecho a imponer su credo, será posible la convivencia y el moverse en aquellos espacios comunes donde no surjan colisiones ni disputas. Sin olvidar que es preferible la benevolencia a la beligerancia; la clemencia, a la crueldad; la generosidad, al rechazo; la compasión, al rencor...; y en definitiva, la paz y el bienestar, al odio y la guerra.