POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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A CAMBIO DE QUÉ


Seguramente coincidiremos en la consideración de que nadie da nada por nada, y mucho menos los bancos; y eso lo saben bien los ayuntamientos de nuestro país, qué duda cabe, obligados como se ven a recurrir casi invariablemente a los préstamos financieros. Este verano conocí los datos actualizados sobre el endeudamiento municipal publicados por el Ministerio de Hacienda, bastante desalentadores tras esta travesía por la crisis; y desde que supe que me corresponde una deuda de 1.136 €, como a cada habitante de esta Baza nuestra, no he dejado de preguntarme que a cambio de qué. Porque nadie dará nada por nada, pero cuando se da, y tanto, se espera lógicamente que sea a cambio de algo. Que de los 172 municipios granadinos seamos los cuartos en cuanto a deuda (más de 23 millones de euros), que estemos entre los únicos siete que en el último ejercicio la han incrementado (más de un 44%), que en los últimos seis años hayamos duplicado las cargas financieras... y mirar mi ciudad y su evolución durante ellos, no hace sino que aumente mi desconcierto y que me quede realmente intrigada, no sé ustedes.

Cierto que la tónica de los tiempos no es muy favorable que digamos, pero aún así en nuestra provincia hay 29 localidades cuyos consistorios no le deben absolutamente nada a los bancos, y aunque no están entre las más importantes, aunque eso es muy relativo, de lo que sí pueden presumir es de un futuro libre de cargas, que crecen como bolas de nieve ladera abajo, y que lastran en demasía cualquier proyecto municipal de verdadera entidad. Si se invierte en realidades excesivamente onerosas en cuanto a mantenimiento y no se prevén unos ingresos para aligerar gastos, peor todavía: porque por un lado hay que pagar lo pedido para levantar tal realidad, y por otro hay que desembolsar lo mucho que cuesta mantenerla. Si a ello añadimos la nula entrada de dinero fresco por conceptos que antes revitalizaban las arcas municipales, pienso en el ejemplo de las licencias para obras, mal panorama nos encontramos.

No se trata de mantener posturas más o menos optimistas o pesimistas, sino de que ante todo sean realistas. Y sobre todo, de exigir que se sienten, de una vez por todas, las bases, reales también, para que el empleo bastetano crezca en su generalidad. Porque aunque se siga pidiendo la vuelta de la Dama y del tren, reivindicaciones tan arraigadas aquí como ignoradas fuera, hay que ir mucho más allá y no basar sólo nuestro futuro en hechos que escapan al control local y que son bastante improbables a corto plazo. Igual ocurre con el Cascamorras, nuestra fiesta por antonomasia: no porque su interés ascienda de nivel, y deseo que llegue al máximo posible cuanto antes, progresaremos, en el sentido de lograr un mayor bienestar social general para los bastetanos. Sin duda que eso está muy bien, pero no nos amortizará la deuda total; esa que prorrateamos simbólicamente, porque el Ayuntamiento es la casa de todos, pero que es a nuestros representantes políticos a quienes concierne hacerle frente y evitar que siga creciendo al ritmo actual. Y aunque sea una distribución proporcional simbólica, no nos quepa la mínima duda de que nuestro futuro aquí y ahora está mediatizado por ella; lo cual nos legitima absolutamente para que el progreso de Baza deje de ser un deseo expresado por todos sus hombres y mujeres, y se convierta en una exigencia inexcusable ante quienes nos representan y dirigen la política municipal.