POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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UN JUEGO DE LIBERTAD


Dicen que dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma opinión, y hasta entre gente con tanta gracia y arte como los sevillanos, que se casen dos personas de aficiones contrarias, una bética y otra sevillista, es noticia de portada. Acompasar ideologías, creencias, valores, y todo lo que conforma nuestra ética personal, conlleva un plus de esfuerzo encaminado a encontrar los lugares comunes que propicien una convivencia no abocada al desencuentro. Convivir no es clonar personalidades, eso está claro, aunque por desgracia no es infrecuente en las relaciones interpersonales; antes al contrario: ocurre, más veces de las deseables, que un proyecto común de vida es más bien un camino dirigido y controlado unilateralmente. Es una pena que las relaciones no se den en un juego de libertad en el que hallar los espacios comunes para desenvolverse en ellos sin renunciar a lo personal: dos no tienen por qué ser uno, es mucho más enriquecedor para una pareja ser uno más uno. Parece simple, y sin embargo es profundamente complejo, aunque sólo sea porque implica dominar los mecanismos del pacto; pues conseguir avenirse sin hacer trampas ni vestir de acuerdo lo que no va más allá de una mera imposición, es un logro reservado a quienes hacen del respeto su carta de presentación. Delimitar el ámbito de entendimiento en el que ser dejando ser, sin renuncias ajenas impuestas, es un objetivo inalcanzable si no hay una flexibilidad y un sacrificio comunes. Cuando se respiran distintas sensibilidades y se quiere compartir el aire, nada mejor que llegar a acuerdos que no impliquen desistimientos que después provoquen interferencias y contradicciones intrapersonales.

Todo ello con un alcance que va más allá de las fronteras de la pareja, porque es perfectamente aplicable a, por ejemplo, el mundo de la política; máxime si en él se da, como actualmente, la imperiosa necesidad de entenderse para poder gobernar. Ahora que parece que el bipartidismo representativo, instalado desde hace demasiadas décadas en nuestro panorama político, está dando paso a una pluralidad de partidos que conlleva la necesidad de acuerdos entre ellos, los quieran o no, ejercitar la libertad se convierte tanto en un derecho como en una obligación. Pero ser y dejar ser libres no es tarea sencilla cuando te has movido en una dinámica de mayorías absolutas, que desgraciadamente se han transformado en ocasiones en puro absolutismo. Actitudes autoritarias, que se han dado porque han sido posibles, ya sobran: por pura y malsana tiranía, y porque cuando no alcanzas ese tipo de mayoría, has de aprender a jugar con las mismas reglas que los demás. Eso parece muy difícil para quien ha tenido siempre la sartén por el mango y ha actuado sin mayores contemplaciones para con los adversarios políticos. Pero a partir de ahora, más que confrontación, acuerdos; mejor que enemigos, colaboradores; más allá de los intereses propios, los comunes. Ya les digo, tan simple que lo complicado es comprender que no sepan llegar a entendimientos. Claro que todo sería más fácil, me parece a mí, si algunos no se empecinaran en querer seguir siendo a costa de que los demás no sean; porque al final, todos caben si se juega en libertad y no con la pretensión de que sigan el camino impuesto por uno solo.