POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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ENREDADOS


Quien más, quien menos, muchos andamos enredados en alguna de las decenas de redes sociales más utilizadas a nivel global - que es tanto como decir del mundo mundial, al estilo Elvira Lindo-. Las hay más abiertas; más cerradas; para gente joven; para menos adolescentes; de fotografía, vídeos, música, cine; para conversar; para mantenerse en silencio; de noticias; profesionales, etc. Redes, estructuras cuyos elementos somos personas, cada una a su manera y modos, sintiéndonos acompañadas o bajo el impalpable peso de una soledad compartida. Las redes son grupos virtuales de gente que se relaciona vía Internet, de una forma más o menos directa, más o menos activa, y creo que realmente tan diferente entre sí como semejante se encuentra. Porque con independencia de la red, sus usuarios son de lo más variopinto, aunque gracias a la magia de la virtualidad sus diversas personalidades conectan sin demasiadas dificultades.

Por el Facebook, que es por donde yo me muevo, hay tantas diferencias personales que sin red sería casi imposible esa comunidad de gustos, preferencias, rechazos. Hay quienes participan regularmente, convirtiéndolo en un ingrediente más de su ocio; frente a otros que están, pero casi como si no estuvieran: a no ser que observen a otros o que pasen olímpicamente, aun sin desaparecer, poco más tienes de ellos. Los hay que coleccionan amigos, en un incremento exponencial que de tener que mantener contacto con el conjunto, el enredo está asegurado. Mientras otros se decantan por páginas y webs favoritas, con un número no muy elevado de amistades, que a veces no es raro que mengüe según amanezca el día. Y frente a los recatados, que no sabes si serán muy feos o guapísimos, pues no muestran ni una sola imagen suya, están los narcisos que gustan de compartir cada instantánea sacada por allí por donde se muevan. Sin embargo, pienso que no son las fotografías las que retratan a unos y otros, hombres y mujeres enredados, sino los motivos que elige cada uno para colgar en sus muros o biografías, para señalar que es especial. Ahí está la clave si se desea saber realmente no ya cómo es cada cual, sino para intuir cómo se siente, y eso ya es ciertamente una conexión interpersonal.

En las fotografías todos estaremos perfectos y felices, pues en caso contrario no las subiremos; pero después, el que desespera se agarra a frases de esperanza, el enamorado a lo dulce, el suicida a la tristeza, los heridos a la autoestima, el abandonado al victimismo, los sucios a la inmundicia, los fatuos a su nadería, las almas cándidas a la ternura, el arrogante a su imbecilidad, los cobardes a una chulería sin rostro... y, como protagonista de la comedia, la mentira. No puede ser cierta tanta amistad, porque los amigos de verdad se cuentan con los dedos de una mano, o al menos en eso coinciden aquellos a quienes respeto y en quienes confío. Aunque lo que en verdad siento es que si es así, privilegiado el dueño de esa mano; y que más allá de la conectividad, no hay una incompatibilidad irreconciliable entre los lobos solitarios y las redes sociales: cada uno a su aire aunque con un aullido grupal como música de fondo.