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EN EL FONDO DEL MAR |
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¿Cómo se pueden permitir tragedias semejantes en un mundo moderno, acaso hemos perdido la sensibilidad ante el dolor ajeno? Tráfico de personas sin que nadie mueva un dedo para evitarlo; guerras atroces e interminables que impiden el desarrollo y la normalidad; fronteras terrestres cerradas a golpe de leyes, sordas al clamor de un mundo que se hunde y no sabe dónde ir; millones de personas desperdigadas por toda la tierra que pasan hambre, sed, frío y miedo, mucho miedo. Basta ponerse por unos segundos en su lugar, pensar que nosotros somos ellos, que nuestra vida es una pesadilla que pesa como una losa de la que no podemos zafarnos. Imaginarnos en barcazas atestadas zozobrando en aguas congeladas de alta mar; ser por unos momentos esos hombres y mujeres, esos bebés de vida tan corta como innecesaria, asustados y temblando, seguramente rezando antes de tener una muerte tan injusta como lo fue su mala vida. ¿No son capaces los que pueden evitar estos dramas de imaginarse en su lugar? Siempre fue el Mediterráneo un mar que posibilitó el cruce de culturas, testigo de la sucesión histórica de grandes pueblos cuyo influjo ha llegado hasta hoy. Sin duda también presenció a través de los siglos las luchas que invariablemente han acompañado a la humanidad, y en sus profundidades alberga el rastro de la destrucción tanto como la vida misma. Pero asusta la magnitud de estas fosas de personas inocentes estafadas, engañadas, de las que se abusó desde el mismo instante de su nacimiento; precipitándose a cientos, a miles, hasta el fondo, ayudadas por las sociedades de progreso que no saben más que cerrar puertas, ventanas y sentidos a la cruda realidad; y la cotidiana frecuencia con la que se rellenan, más que provocar miedo, paraliza. Prefiero concebir el mar como símbolo de libertad e invitación a surcar sus innumerables caminos, que pensar que su fondo alberga demasiadas víctimas que ya lo eran incluso antes de sumergirse en sus aguas para siempre. |
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