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HACER TRAMPAS |
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Quien no tiene moral, no sufre lo más mínimo las consecuencias de obrar mal, porque carece de conciencia, y no se mueve en parámetros como los del bien y el mal. Será bueno todo lo que redunde en su satisfacción, con independencia de si para obtenerla esparce la desgracia entre los otros. Y pedirle responsabilidades o pretender que cese en su reprobable conducta es totalmente inútil. Ante esto surge malestar e indignación, aunque es muy difícil canalizarlos para conseguir que el panorama cambie; sencillamente porque quien domina a base de quebrantar lo prescrito, es quien dicta la norma y ejerce la trampa; en natural alianza con la manipulación, la mentira, el oscurantismo, la falta de transparencia y el poder más absoluto sobre la información y su comunicación. A los farsantes les interesa que la gente esté en la inopia, que centre su atención en banalidades oportunamente resaltadas, y que esté entretenida, sustituyendo el pan y circo por el reality show y televoto. Si alguien osa cuestionarles basta con neutralizarle a base de una dosis extra de la misma medicina; es decir: más mentiras, más manipulación, mayor indecencia. Y a continuación, una cascada de etiquetas de desecho: radical, peligroso, extremista, fanático, revolucionario..., vamos, lo peor. Y esperar que penetre en el sentir y el pensar de la gente que no se entera; a veces porque no quiere, y otras porque ciertamente está más en la luna que en este planeta. Puede resultar desalentador, pero hay que mantenerse alerta y no olvidar aquello de que con tramposos no se juega, evitando así que ellos jueguen con nosotros. Después sólo queda confiar en que el tiempo ponga a cada cual en su sitio, que las mentiras tengan de verdad las patas muy cortas, que no siempre se salgan con la suya los que no se lo merecen, y que la película tenga un final feliz, como debe ser. |
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