POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
Para remitir sus comentarios, clique AQUÍ

HOJAS MUERTAS


El otoño es una estación espectacular, llena de colores,  sabores,  olores especiales que te envuelven y mantienen alerta. Si la naturaleza es siempre fascinante, la belleza otoñal es única, y de haber un hacedor del Universo, sólo admirándola podemos imaginarlo como un gran artista: pintor, músico, poeta… Se transforman los campos, con una inigualable policromía abrazada a sus árboles; los ocres se despliegan como colas de pavo real, y los amarillos compiten en brillo con el sol. No, el otoño nunca te deja indiferente, y por mucho que lo hayamos vivido, nos enamorará cada día con sus delicias. Porque si a su imponente presencia, le añadimos placeres como caquis, boniatos, membrillos, naranjas y mandarinas, granadas, manzanas y uvas, nueces, castañas, calabazas... no hay ninguna duda de que estos últimos meses del año nos traen un auténtico festín para los sentidos.

No me imagino el otoño sin pisar las hojas secas que cubren los suelos, o sin sorprenderme con la rápida transformación de las choperas, que del verde al amarillo se van desnudando para regalarnos su mágico juego de perspectivas y paisajes desvelados. Soplan los vientos con rabia, agitando  troncos y ramas para finalmente desprender las hojas más remolonas; y cuando al final queden todas las arboledas caducas desnudas, será el momento de encarar el duro invierno. Siempre hay que estar muy atentos a la voz de la naturaleza, porque es todo un ejemplo de fuerza y renovación, de adaptación a los cambios. Sin embargo, por muy poderosa que sea, se me antoja frágil como una llama que hay que mantener perpetuamente encendida, protegida en el fondo de los bosques; o como el corazón de la tierra, latiendo ajeno al daño que podamos hacerle.

Otoño, un tiempo perfecto para pasear, cuando ya se fue el agobiante calor y aún no ha entrado el auténtico frío -ese que por estas tierras pela-; para reflexionar sobre lo absurdo que es tener miedo a ir dejando atrás lo gastado, lo viejo, lo muerto…, cuando son necesarios aires nuevos para gozar de ellos sin inútiles rémoras o frenos. No seamos como esas hojas muertas que el viento no arranca de las ramas, y dejémonos llevar sin resistencia y acompasándonos a los ciclos de la vida.