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HOJAS MUERTAS |
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No me imagino el otoño sin pisar las hojas secas que cubren los suelos, o sin sorprenderme con la rápida transformación de las choperas, que del verde al amarillo se van desnudando para regalarnos su mágico juego de perspectivas y paisajes desvelados. Soplan los vientos con rabia, agitando troncos y ramas para finalmente desprender las hojas más remolonas; y cuando al final queden todas las arboledas caducas desnudas, será el momento de encarar el duro invierno. Siempre hay que estar muy atentos a la voz de la naturaleza, porque es todo un ejemplo de fuerza y renovación, de adaptación a los cambios. Sin embargo, por muy poderosa que sea, se me antoja frágil como una llama que hay que mantener perpetuamente encendida, protegida en el fondo de los bosques; o como el corazón de la tierra, latiendo ajeno al daño que podamos hacerle. Otoño, un tiempo perfecto para pasear, cuando ya se fue el agobiante calor y aún no ha entrado el auténtico frío -ese que por estas tierras pela-; para reflexionar sobre lo absurdo que es tener miedo a ir dejando atrás lo gastado, lo viejo, lo muerto…, cuando son necesarios aires nuevos para gozar de ellos sin inútiles rémoras o frenos. No seamos como esas hojas muertas que el viento no arranca de las ramas, y dejémonos llevar sin resistencia y acompasándonos a los ciclos de la vida. |
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