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LOS RECUERDOS SON PARA EL FUTURO |
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Atrás queda el verano, y no sólo como una estación del año, sino muy especialmente como una actitud. Hay una predisposición, tal vez recuerdo ancestral, a disfrutar y a saborear la vida; como si al llegar el estío resucitara nuestra infancia. Estirar los ya largos días, robándole a la cama horas de noche; una intensa comunión con la naturaleza: el mar, las montañas, los cielo, el agua…-¿podríamos imaginar un verano sin agua?-. Sí, el verano es una actitud a vivir, a sentirnos vivos; y seguramente es así como deberíamos encarar todos y cada uno de nuestros días. Sería un poco absurdo adentrarnos en el otoño con nuestra mente mirando atrás, como si de una barca varada en alguna playa del pasado se tratara. Porque eso es ya el verano, pasado; que por cierto no sólo abarca lo que pasó, sino también todas las cosas que no fueron. Si cometemos la torpeza de mirar atrás, correremos el peligro de quedar inmovilizados sin poder acompasarnos al tiempo real, que es como un río que fluye y avanza. Si te paras, te estancas. Disfruta el momento, se nos dice, pero el verdadero significado de estas simples palabras no nos es dado hasta el instante en que por fin las podemos entender realmente. Nuestro cuerpo se va a adaptando a los nuevos días: él es el que trabaja y descansa, tiene necesidades y las satisface, enferma y sana, crece y envejece… Pero nuestro espíritu es superior a todas estas funciones; como el tiempo, fluye y no puede detenerse, porque de hacerlo, igualmente se empantana. Que no es morir, aunque casi. Si tu espíritu no vive, tú estás atado a un complejo y perfecto engranaje meramente orgánico al que le faltaran las alas para elevarse por encima del resto del reino animal. Podemos quedarnos con los recuerdos más bellos, pero no para pretender alimentarnos de ellos. Ya llegará la edad en que el mismo cuerpo no nos permita llevar a cabo todas las cosas que nuestro espíritu nos demanda. Guardemos, pues, a buen recaudo todo lo bueno que nos hizo bien hasta hoy, como un preciado tesoro dormido en una cajita de música, esperando el momento en que la abramos y suenen las distintas melodías de nuestra memoria. Tendremos entonces vientos y brisas, tormentas y soles, hierba y espumas, fuego y lluvias…, toda la vida que escapó del olvido. Entre tanto sigamos adelante, con la mirada puesta en el horizonte mientras éste exista. Y si hemos de mirar atrás, que sólo sea en aras de una perspectiva general que nos vaya permitiendo una armonía con nuestros parámetros vitales. No nos detengamos, porque el tiempo que se pierde no se recupera. Cada día puede ser un reto, y lograrlo o no es sólo cosa nuestra. A nadie compete la consecución de nuestros objetivos personales, que precisamente por ser nuestros nos pertenecen. No hay vencedores, no hay vencidos; sólo hay que ponerse manos a la obra. Porque los recuerdos son para el futuro, y nada podremos guardar en la cajita de música de la memoria si no exprimimos el presente al máximo, dejando atrás para siempre el pasado. |
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