POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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POBREZA INFANTIL


Si no fuera porque los datos están ahí y no mienten, me costaría imaginar siquiera que casi el 30% de la población infantil en los países desarrollados pasa hambre, porcentaje que no se ha podido minorar en los tres últimos lustros, lo cual implica un estrepitoso fracaso de la ONU con respecto a su objetivo de reducir a la mitad el hambre entre la infancia para el 2015. Resulta muy duro asimilar que cinco millones de niños y niñas mueren al año por faltarle una adecuada alimentación. Que cada minuto mueran 10 niños en el mundo por hambre es un dato que provoca escalofríos, máxime cuando ya no hablamos sólo de la infancia en África o la India. Si en España había más de dos millones de niños por debajo del umbral de la pobreza, ésta se ha incrementado con la crisis nada más y nada menos que en un 10%.

Lo que me parece más significativo, e indignante, es que UNICEF alerte de que la pobreza infantil no se debe tanto a diferencias en cuanto a rentas nacionales, sino que está directamente relacionada con las prioridades marcadas por las distintas políticas públicas. Que en España nuestros responsables políticos olviden que el hambre no sólo compromete el desarrollo de la infancia, sino que todo ello repercute en nuestro futuro como país, me parece cuanto menos demencial. Aunque tampoco es que esperara más de ellos, pues nuestra clase política lleva años evidenciando su egoísmo, su incapacidad para ver más allá de las próximas elecciones, su desprecio más absoluto por el bienestar social, cultural, económico; a nivel general, porque en lo particular le importa y muy mucho. Hay que ser muy insolidario, amen de auténtico delincuente, para comprometer nuestro futuro en aras de un presente de saqueo a las arcas públicas, con una impunidad que asusta.

Porque no me dirán ustedes que no da vergüenza ajena comprobar que auténticos ladrones, de miles de millones, se pasean sin rubor ante las cámaras, haciendo alardes de una riqueza que no les pertenece, mirando al resto del mundo por encima del hombro (seguro que asqueados ante los pobres), molestos porque los medios informativos no sólo les acusan de chorizos, sino que no les dejan en paz, con tantos otros temas de los que podrían hablar. Mismamente de la pobreza infantil, de la que ellos son en buena parte culpables. Y si hay que nombrar la vergüenza, siempre será ajena, porque estos mangantes ni la tienen ni la han conocido. Lo peor es que políticamente nada cambia para acabar con esta insostenible situación. Desde Europa llegan avisos de que nuestro sistema hipotecario es abusivo, pero a banqueros y políticos les importa un bledo y las familias siguen siendo desahuciadas, condenando a sus integrantes a la calle o al suicidio. Aquí se obedece a las instituciones europeas, y a la señora Merkel, para recortar en educación y sanidad, para pegar auténticos sablazos a nuestro funcionariado, para no gastar un euro en mantenimiento de carreteras (de lo peorcito que se pueda encontrar en la Europa comunitaria) pero estar pensando en cobrar peaje en las autovías. Yo sentiría bochorno si tuviera responsabilidad de gobierno y dar muestras de semejante indecencia.

Que haya tanto ladrón suelto y no se le obligue a devolver lo robado, miles de millones, fastuosas viviendas, etc.; mientras personas que ni siquiera roban, que simplemente hurtan un mísero móvil, pueden verse en la cárcel a no ser que las movilizaciones sociales lo impidan. Que la justicia no sea ni remotamente igual para todos. Que algunos políticos, los mandamases, cobren un montón de sueldos, muchos libres de impuestos, mientras crecen las colas en los comedores sociales. Que un día sí y al otro también salten escándalos de políticos y banqueros que desvalijan, malversan, expolian, mientras nuestra infancia pasa hambre…es desde luego algo imperdonable y tengo la certeza de que nadie olvidará nada de esto cuando se acuerden de nosotros para poder seguir en sus puestos, aspirando llegar a las alturas. Ahora bien, en tanto un solo niño o niña se muera de hambre, por muy arriba que lleguen estos indeseables, nada les librará de la mezquindad y la indignidad.