POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LA VIDA VA


Más allá de la superadísima corriente psicológica del conductismo, no deja de ser cierto que nuestras respuestas no son ajenas, la mayoría de las veces, a los estímulos. Imaginemos por un momento que nos cruzamos con una persona que va sonriente y que transmite alegría: de ninguna manera se asemejarán los sentimientos que nos provoque, y las conductas que éstos motiven, a los que tendríamos si el encuentro es con alguien que va llorando, o que se muestra enfadado y cabreado, o en la situación y estado que cada cuál pueda imaginar. De igual modo podríamos acercarnos al mundo de las actitudes, de las diferentes posturas adoptadas, adaptándonos o no a las circunstancias objetivas y subjetivas. Así como nos mostremos, así se nos percibirá, y lo que recibamos estará mediatizado por lo que desencadenemos. La existencia puede ser desde una suave corriente en la que deslizarnos, hasta el más terrible tsunami; y nuestra insignificancia ante ella, innegable e inevitable. Pero por mucho que la vida vaya, no lo hará sin toparse con nuestras propias vidas. Es ahí cuando entra en acción la influencia personal, que existe, por más que a veces nos parezca que todo nos viene dado. A la vida hay que mirarla a los ojos, sin miedo y con toda la resolución de la que seamos capaces. Si ello ya es valioso en los buenos tiempos, en los menos buenos es casi una proeza. Pero los humanos somos mucho más valientes en la adversidad, no precisando de sucesos particulares para la heroicidad, y de ello tenemos múltiples ejemplos.

Somos física y química, sin olvidarnos del espíritu, llamémosle como le llamemos, que eso viene determinado sobre todo por las creencias de cada quién. Y cada uno de nosotros sabe perfectamente que no es un simple organismo, que hay un mundo muchísimo más complejo que el juego de los estímulos y las correspondientes respuestas, por más que reconozcamos la importancia de éste. La energía que subyace bajo el universo conductual tiene una carga que, en función de que sea positiva o negativa, establecerá conexiones o rupturas, por encima de deseos y voluntad. Si somos capaces de entenderlo y aplicárnoslo, eso que llevaremos de ventaja. Porque ser conscientes de que las fuerzas que nos mantienen vivos son las mismas que nos dirigen en uno u otro sentido no es cuestión baladí. Si además aprendemos, cuanto antes mejor, a reconocer que la apariencia no ha de coincidir necesariamente con la realidad, con excesiva frecuencia oculta bajo más máscaras que en un baile de disfraces, estaremos mejor preparados para desenvolvernos en las relaciones sociales, tan complejas; las mismas que pueden aportarnos felicidad o ser un lastre más en esto de vivir.

Sea como fuere, y seamos o no capaces de entender a los demás amén de entendernos, la vida no se detiene para que nos acomodemos a  sus designios. La vida va y más nos vale acompasarnos a su ritmo que quedarnos atrás, perdidos y desorientados. Porque ella no se para, como tampoco debiéramos nosotros esperar nada ni a nadie si ello implica quedarnos atrás. Mejor será que nos ejercitemos en aquello que, saliendo de nosotros, provoca que nos llegue algo que nos ayuda a seguir, y evitar con todos nuestros esfuerzos lo que al volver nos hará daño. Es un encaje de fuerzas recíprocas que exige no sólo nuestra participación, sino que nos impone que colaboremos en esta dinámica bilateral. No es tan difícil, pues después de todo, con vivir nos basta.