POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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VERGÜENZA AJENA


Ahora que por desgracia los banqueros se han ganado a pulso el rechazo de la práctica totalidad de los españoles, y dado que somos un país tradicionalmente católico en el que la Iglesia siempre ha tenido gran peso en nuestro devenir histórico, no puedo dejar de nombrar al Instituto para las Obras de Religión (IOR), o sea, el banco del Vaticano. No voy a entrar en que desde su fundación en 1942 por el papa Pío XII se ha beneficiado de pactos con personajes tan poco respetables como Mussolini y Hitler, ni en que desde siempre se ha visto envuelto en escándalos financieros en que aparecen relaciones con la mafia, asesinatos, sospechosos suicidios, la misteriosa muerte del mismo papa Juan Pablo I, lavados de dinero, el fraude a través del Banco Ambrosiano en préstamos a empresas fantasmas de América latina, el caso del mayordomo del papa actual y su robo de documentos privados, etc., todo ello sin tener que responder ante la justicia, gracias a la extraterritorialidad de la Ciudad del Vaticano, no olvidemos que la iglesia católica tiene por sede todo un Estado independiente. Tampoco voy a entrar en que el IOR es el accionista mayoritario de la principal industria de armamentos a nivel mundial, como no sea para señalar lo incongruente de mezclar armas con obras de religión.

Todo ello da para inspirar siniestros personajes como algunos de El Padrino, la obra de Mario Puzo sobre la mafia, que tan magistralmente llevó al cine Francis Ford Coppola en su memorable trilogía, caso del cardenal Lamberto en su tercera parte. Pero, por encima de todo, da para comprobar que en el Vaticano se viva con auténtica opulencia desde que en 1929 se firmara el Tratado de Letrán entre el gobierno de Benito Mussolini y el de la Iglesia católica, que además de reconocer a la Santa Sede como Estado independiente y soberano, le otorgaba innumerables medidas de protección, amén de múltiples beneficios, entre los que los fiscales no eran los menos. No es, entonces, sólo resaltar las riquezas albergadas en las apenas 44 hectáreas del Estado de la Ciudad del Vaticano, sino sobre todo afirmar que la Iglesia tiene muchísimo dinero y en su oasis en plena Roma se vive muy bien. Si han visitado alguna vez los Museos Vaticanos, seguro que al asomarse por alguna de sus ventanas han podido ver magníficas pistas de tenis en las que pasan horas jóvenes religiosos que parecen salidos de cualquier telefilme hollywoodiense. ¡Ya quisieran los políticos con ansias de poder y escasez de escrúpulos ser cardenales, o de ahí para abajo o para arriba, en un régimen absolutista en el que el Santo Pontífice, cabeza de la Iglesia y Jefe de Estado, aglutina los poderes legislativo, ejecutivo y judicial!

Pues bien, en medio de tan idílica realidad, el papa Benedicto XVI, vicario de Cristo, ¿creen que está preocupado por las decenas de miles de niños que mueren al día de hambre, por los cientos de miles de casos de abusos sexuales infantiles entre paredes sagradas, por los estragos que provoca la crisis entre los más débiles con un progresivo incremento de suicidios, máximo exponente de desesperación? No, su foco de atención se dirige hacia la vida de Jesús, interesándose por descartar a la mula y el buey del portal de Belén, y suponiendo que la estrella que guió a los Reyes Magos sólo era una supernova. Como ven, temas de rabiosa actualidad que quitan el sueño a una ciudadanía que en muchos casos no tiene para dar de comer a sus hijos. Tanto como se los quitaba la modificación en la clasificación de ángeles a cargo de Juan Pablo II, un papa por otra parte considerado como de los mejor adaptados a la sociedad actual. ¡Lo que hay que ver, leer y escuchar, Dios mío! Siento vergüenza ajena al comprobar que la Iglesia vive de espaldas al presente y a la doctrina cristiana en la que apoya no ya su existencia, sino su misma esencia. Y no puedo evitar acordarme del episodio de Jesús expulsando del Templo a los mercaderes a latigazos, pidiendo que no convirtieran la casa de Dios en un mercado. Si Cristo se dejó llevar por la ira, en su único acto de violencia descrito en el Evangelio, no quiero ni imaginar qué sería capaz de hacer si se diera un paseíto por el Vaticano. Igual cambiaba el azote de cuerdas del que nos habla san Juan por alguna de las armas del imperio armamentístico Pietro Beretta, ese del que el IOR es el accionista principal.