POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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MIEDO ME DA


Cada vez me gusta menos la palabra crisis. Prefiero hablar de cambios, cuando es más que evidente que los tiempos están cambiando. Aguas revueltas en las que los pescadores se llevan las ganancias, sin reparar en que dejan el río desabastecido para quienes no empuñan cañas de pescar. Hay un puñado de listillos, y el resto juega a que no se entera. No es que no quepa la lírica, es que sobra todo lo que no sea una lucha sin cuartel por la mera supervivencia. Y cuando sobrevivir es la urgencia, vivir queda desdibujado y a oscuras.

No sé si se ha abierto la veda para la tontería, pero el desconcierto que puede generar un tonto hablando en voz alta no es moco de pavo. Cuando escucho hablar de españolizar Cataluña, castellanizar Andalucía o evangelizar España, no puedo por menos que sentir escalofríos. Miedo me da cuando los poderes terrenales y los eclesiásticos se expresan en medio de tanta turbulencia social, parejos en cuanto a mediocridad y en estar a años luz de las verdaderas necesidades de la gente. Dándoles el beneficio de la duda a quienes ostentan dichos poderes, les supongo una mínima capacidad, pero aun así no dejan de sorprenderme día a día y mensaje a mensaje. El vértigo de la gloria les provoca más desorientación que el salto estratosférico a Félix Baumgartner, el nuevo héroe de quienes creemos que siempre hay que ir más allá, inventando retos para conseguir hacer realidad los sueños.

Hay personas que desde su particular parcela logran inspirarte a base de trabajo y esfuerzos, mientras otras tan sólo te provocan lástima a lomos de su grotesca fatuidad. Lo sencillo suele emocionar, al igual que la petulancia aburre. Quien se atreva a exigirle a un catalán que hable en castellano tendrá tanto éxito como quien pretenda obligarme a no hablar en andaluz; y no digamos ya si tiene la osadía de ponernos a ambos a rezar. No sé dónde pretenderán llegar, pero conmigo que no cuenten, porque no me he topado con tanto desatino ni en la dictadura pura y dura que como a tantos me tocó pasar. Creí estar curada de espanto, pero parece que estaba equivocada, y lo peor es que no sé cuánto me queda aún por ver.

Tan incrédula ante lo divino como ante lo seglar, me gustaría sin embargo creer firmemente en que los responsables de dar solución a los problemas darán la talla. Cuestión de fe, como tantas otras. Porque, por el contrario, sólo escucho paridas mientras cada vez hay más paro, más hambre, más desesperanza.  Mientras los ricos lo son cada vez más y se duplican por momentos, como una mala plaga. Mientras se han cargado a la clase media que igualaba a los de arriba con los de abajo; que parece ser que eso nunca les gustó a quienes nadaron, nadan y nadarán en la opulencia. Sabedores de que no hay ricos sin pobres, es como si la consigna fuera que aparte de ellos sólo existan indigentes. Eso sin hablar de los nuevos ricos, magníficamente ejemplificados en tanto político corrupto. Personajes acomplejados que elevan su autoestima a base de robar y engañar, pasando por encima de los que, para ellos, son menos con la única intención de codearse con los que, para ellos, son más. Tan obsceno como básico. Es lo que hay, y así será mientras la ciudadanía sólo sea considerada rebaño que catequizar, o masa que dirigir hacia las urnas.