POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LA CURIOSIDAD MATÓ AL GATO


Tal vez sea un agradable cansancio pero las vacaciones agotan, de eso estoy segura. Nos alejaremos de rutinas buscando nuevos horizontes, mas, por poner unos ejemplos, quién no se ha peleado durante este verano con el GPS soltando toda suerte de improperios a la voz femenina que nos orienta cada vez que te saltaba con lo de recálculo de ruta, o no las ha pasado canutas hasta dominar el coche de alquiler, o no se ha desesperado minimizando hasta lo inverosímil el contenido del equipaje de mano por no superar las rácanas medidas de las aerolíneas…Sin olvidar las vueltas que se pueden llegar a dar en busca del destino elegido, en medio de lugares desconocidos y muchas veces en plena noche; ni lo difícil que es entenderse con gente que no te entiende; por no hablar del incordio que te puede provocar elegir cada día un lugar para comer o cenar, cuando no ambas cosas, y además acertar… Probablemente el dolce far niente sea el sueño de cualquiera y sin duda la holganza es dulcísima, pero también puede dejarnos exhaustos.

Al final uno regresa a casa y a las rutinas, y se abraza a ellas con renovada ilusión. Pero al volver nunca se es la misma persona que se fue, porque en cada viaje de recreo se aprenden muchas cosas imposibles de conocer sin ir en su búsqueda. A la vuelta se llega en un punto de efervescencia interna idóneo para seguir avanzando sin el peso del aburrimiento que inevitablemente se irá convirtiendo poco a poco en un convidado de piedra nunca bien recibido. De modo que ponemos a cero todos los contadores, efervescentes y con todas las ganas del mundo para afrontar una lista ilimitada de porqués. Pues puede ser que la curiosidad matara al gato, pero sin tal instinto natural los humanos estamos abocados al letargo emocional. Si con el transcurso de la vida no logramos mantener intacta y en plenitud de fuerzas la capacidad de hacernos preguntas, cómo podríamos avanzar en busca de respuestas…No es tan importante hallarlas y encajarlas en nuestra existencia, como mantener vivo el engranaje que nos ayuda a convertirnos en exploradores del mundo interior, tratando siempre de trascender la mera información.

Sin curiosidad es imposible el aprendizaje. Se trata de conectar con el exterior el impulso que nos nace de dentro, apoyándonos en los cinco sentidos e incluso en el sexto. Sin dejar en el olvido cerebro y corazón. Cualquier realidad que nos importe lo suficiente como para hacernos actuar de una manera u otra, la podremos aprehender sensorial o extrasensorialmente –caso de las intuiciones o los presentimientos-, pero sobre todo la pensaremos y la asumiremos como nuestra después de todo un proceso de transformación: el que va de las simples sensaciones a los mucho más complejos sentimientos. Así que, atrás ya los largos días del último verano, nos queda por delante el desafío de ver, oír, oler, gustar, tocar… y pensar todo lo que sentimos. Para encajar cada vivencia en el corazón, que finalmente es nuestro auténtico motor vital. Sea bienvenido, pues, el otoño, y no perdamos nunca esa tan necesaria curiosidad, que sólo se vive una vez, porque nosotros por desgracia no tenemos la suerte de tener siete vidas como los gatos.