POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LLEGÓ EL VERANO


Llegó el verano entonando una canción del desierto tan hostil como una plaga de fuego. La africana tormenta de arena se subió a lomos del abrasador viento y derramó sobre nosotros una lluvia de barro de rechinar eléctrico. Sólo las aves suicidas se atreven a no escapar de esta ola de calor ardiente como fiebre. Pero los supuestos seres superiores de la creación percibimos en estos extremos climáticos nuestra pequeñez con una abrumadora nitidez. Tan aplastante como la desértica bruma que se expandía sobre nuestras cabezas como un dragón lanzallamas en estos primeros días veraniegos.

Es tiempo de vacaciones, aunque éstas se han emparejado últimamente al trabajo para transformarse en auténticos privilegios. Mas despojándolo de todo matiz mediatizado por la dura coyuntura económica, el verano es la estación del descanso por antonomasia. Largos días y breves noches de pocas horas de sueño, robadas al ocio. Tiempo libre y descanso para hacer lo que durante el resto del año es más difícil. Si el mar te ofrece su inmensa y salvaje belleza de enero a diciembre, las playas son las manos que te tiende durante el estío. Nada se me hace más atractivo para estos meses, que poder zambullirte en las limpias aguas marinas de fina arena y dejarte mecer por sus amables olas. Y si el mar no está a tiro, siempre nos quedarán ríos, lagos, pantanos y piscinas…pero en remojo, por favor.

Tenemos abierta la puerta a las risas con los amigos, lejanas las cortas tardes en que la noche caía cuando ahora aún estaremos sesteando, haciendo posible el encuentro con la gente querida a la que no vemos más que en este tiempo. Digamos que más que nunca se da la oportunidad de que la voluntad consiga la posibilidad. Abierta también esa puerta al reposo y a los placeres, que tras cultivarlos todo el año ahora nos ofrecen en bandeja sus frutos. Si, como decía Fernán Gómez, las bicicletas son para el verano, éste es para los sentidos, y aún inconscientemente la vida nos empapará como si nos sorprendiera una de esas tormentas tan habituales en esta época. Y lo mejor es que cuando no haya puertas que abrir, podremos estrenar ventanas con sólo imaginarlas; tantas como poderosa sea nuestra capacidad de soñar.

Ahora toca alargar las horas al aire libre, al que uno escapa en cuanto el termómetro desciende y el sopor nos libera de su agobiante y asfixiante abrazo. Tenemos que salir. De casa; a terrazas y balcones; a pisar las calles, las plazas y los parques; fuera de la ciudad…pero salir y dejar atrás la rutina aunque sea mínimamente. Cambiar de aires, alejarse sin mirar atrás, la vista en los nuevos paisajes geográficos y humanos. Viajar, pasear y, cuando el cielo apaga su luz, contemplar las estrellas en la noche. No sé qué les ocurrirá a ustedes, pero cuando recuerdo mi infancia, el verano es el principal protagonista de un cuento de risas y juegos, con el mar acuarela de fondo y el olor de los pinos sólo sobresaltado por el chirriante canto de las cigarras. Aunque no es tiempo de recordar, sino de ensimismarnos en la vida y en cada uno de sus poros, recreando futuros recuerdos que, cuando no nos sea dado escapar, nos permitirán evocar estos días. Llenarlos de contenido, de sonidos y colores, es todo un atractivo desafío ante el que no escatimar esfuerzos… ¿Nos atrevemos?