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EL BAILE DE LAS OLAS |
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Con los años se va aprendiendo a percibir la inmensa pérdida que supone abrazarse a lo definitivo y categórico, en vez de recorrer el camino de las posibilidades, y al andarlo dejar que éste sea un trayecto sin metas, en el que cada paso sea el triunfo de darlo, más allá de hacia dónde nos conduzca y de si conseguiremos finalmente llegar a algún lugar. Respirar el aire de la realidad sensitiva es todo un deleite, el que nos proporciona el festín de los sentidos, y ahí es donde más provecho te proporciona saber relativizar. Nada es lo que parece y, como escribió magistralmente Saint-Exupéry en El Principito, lo esencial es invisible para los ojos. Que es tanto como decir que para que las sensaciones nos impresionen ni siquiera precisamos los órganos de los diferentes sentidos. Porque podemos, en efecto, ver sin los ojos, por quedarnos con la vista ya que estamos con ella. Pero además, un mismo estímulo impresionará de muchas y distintas maneras a quienes los reciban, provocando en ellos percepciones que nadie diría que tienen el mismo origen. Viendo lo absoluto como un trozo de tierra anclado en la inmensidad de las aguas, lo relativo podría compararse al oleaje mismo. Y ante ello no tengo dudas: me quedo con el baile de las olas antes que con la soledad de una isla, aunque la marea finalmente no me lleve a playa alguna y me mantenga para siempre sobre la superficie del mar. Seguramente gracias a ello, aun sin sentimiento de pertenencia a ningún lugar, podré conocer archipiélagos y continentes, o al menos disfrutar del vaivén que en las aguas provoca el mismo viento que arrastra sin rumbo fijo las nubes del cielo. |
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