POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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GENTE CORRIENTE


Acaba la semana con la dimisión del presidente alemán por "el deterioro de la confianza de los ciudadanos" al verse envuelto en un escándalo de corrupción y tráfico de influencias, y ello se une a tantos casos de corruptos de uno y otro signo político por aquí y por allí, en España y en las naciones vecinas, por no extender más el tema. Así no es raro que en nuestro país, según las últimas encuestas del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), la mayor preocupación de la ciudadanía, después de la economía, sean los políticos. Es muy triste ver cómo la gente ha empezado a considerar a éstos como un grave problema, pero es que nada hay más indignante, en estos tiempos tan difíciles y angustiosos para millones de familias, que conocer cómo se destapan un día sí y otro también escándalos políticos que siempre llevan aparejados auténticos atracos a las arcas públicas.

A nadie puede parecerle extraño, y mucho menos a los estudiosos de la sociedad actual, el distanciamiento cada vez mayor entre ciudadanos e instituciones públicas. Por todas partes, quien realmente levanta y lleva hacia delante un país y su economía es la gente corriente. Personas que no piden milagros ni sueñan utopías, porque lo que más les preocupa es la salud y el bienestar de los suyos. ¿Cómo hemos podido a llegar a unos niveles tan insoportables de ruptura y desconfianza? Los hombres y las mujeres que se dedican a la Política han de tener vocación y capacidad de entrega, sin perder ni un solo segundo de vista su horizonte, que no es otro que ser representantes del pueblo soberano que los vota. Y un representante ha de vivir al servicio de sus representados. Ha de utilizar su esfuerzo y su trabajo para conseguir el interés general del común de los mortales. Y no parece que así ocurra.

Tal vez perdimos un tiempo precioso anclados en un régimen totalitario que duró prácticamente cuatro décadas y que impidió que a estas alturas de la película tengamos una educación democrática generalizada en un sistema perfectamente asentado en los valores y principios de un Estado de Derecho. Pero a día de hoy es imperdonable, intolerable e insufrible la cantidad de chorizos delincuentes que se amparan y se refugian en el ámbito de unos partidos políticos fundados para dar respuesta a la gente, no para crearles problemas insolubles. ¿Qué confianza ciudadana va a existir para con los grupos, de todas las siglas políticas, si en todos ellos se han colado indeseables que no sólo se enriquecen sin hacer nada, sino que además empobrecen aún más a quienes no paran de trabajar sin ver salida y sintiendo cómo cae sobre sus espaldas la responsabilidad por algo en lo que no han participado? ¿En qué cabeza cabe que nuestros representantes tengan unos patrimonios de auténticos multimillonarios y se vayan a partir la cara por defender algo más que su propio interés particular?

No sé qué falla, pero está claro que algo va muy mal, que la ciudadanía se ha cansado de que toda su participación consista en meter su voto en las urnas para que después quienes tienen que ponerse en su lugar y luchar por lo suyo les defrauden invariablemente. Así no se puede seguir mucho tiempo, porque ni los malos son tan listos ni los buenos tan tontos.