POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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CARPE DIEM

Con la crisis que nos está cayendo, que empezó como llovizna y fue convirtiéndose en fuerte lluvia que se lleva por delante sin miramientos el bienestar de tantas familias, no está de más dedicar un ratito a concretar los pequeños placeres que nos ofrece la vida completamente gratis. Nada mejor para llegar a los detalles que rizar el rizo a través de la abstracción y quedarnos únicamente con la sencillez que nos ofrezca cada día. Las cosas sencillas el único inconveniente que tienen es lo complicado que es a veces acceder a ellas, pero no porque sean más o menos asequibles, sino porque la mayoría de las veces estamos completamente ciegos ante su realidad, enfrascados mentalmente en potencialidades y entelequias. Somos complejos y nos gusta complicarlo todo, cuando poseemos al alcance de la mano todo un tesoro de posibilidades. Y sin embargo, si mantenemos los sentidos atentos la existencia se torna pura realización.

Veamos. Si decidimos madrugar y contemplar el amanecer, el espectáculo de luces y colores nos emocionará por su belleza. Como si le dedicamos un solo cuarto de hora al atardecer, porque no hay dos días que empiecen o acaben de la misma manera: cada alba te sorprende con un cielo sin igual y las noches llegan a abrazarte con una oscuridad siempre nueva. De paso podemos devolverle la mirada a las estrellas cuando acuden puntuales noche tras noche y nos observan desde allí arriba, siempre que un velo de nubes no las oculte a nuestros ojos; o añadir la emoción de ir reconociendo las constelaciones y diferenciando los planetas. La dimensión celeste es esencial a la hora de disfrutar el instante en un crepitar de dicha fugaz.

En pleno mes de noviembre no tendré que convencer a nadie del magnetismo de los colores del otoño, porque andar por el campo o por los parques es la oportunidad de contemplar y admirar una transformación tan efervescente que a veces te deja sin palabras. En un solo paseo puedes aunar el viento acariciando tu cara, los pájaros con sus diarios y reivindicativos cantos, las risas y el griterío de los niños y las niñas, cruzarte con gente conocida con la que intercambiar unas palabras, y hasta si tienes suerte una lluvia de hojas cuando el viento sacude las ramas de los árboles mientras pasas bajo ellos.

¡Hay tantos deleites al alcance, absolutamente gratuitos! Beber agua fresquita cuando tienes sed y llegas a una fuente; sentarte al sol a leer, o a estudiar, o a escribir; escuchar música a solas; bailar sin nadie que te cohíba; dejar la imaginación volar; asistir día a día al milagro vegetal de un jardín que depende de ti; llenar el salón de ramos de rosas y margaritas; tratar de contar en vano los diferentes grises del cielo otoñal; oír en silencio el sonido de la lluvia; contemplar en la noche los relámpagos de una lejana tormenta muda; seguir el curso de la luna a lo largo de sus distintas fases tratando de descifrar los secretos orbitales; dejar que te bese la brisa; acariciar a un gato o a un perro desconocidos que corren confiados hacia ti cuando los llamas; jugar con el fuego de una chimenea mientras conversas con amigos; oler las castañas asadas, los pinos, el romero, las hojas de geranio; irte al mar sin añorar la playa; hacer reír a un bebé al que acabas de conocer; respirar hondo y querer comerte el día; comprender el significado del devenir ante el nacimiento de un río; caminar oliendo la tierra mojada y tener la suerte de descubrir un arco iris, maravilloso hijo del sol y la lluvia…Podría seguir y seguir, pero llegados aquí les propongo que imaginen por un segundo sus propios y particulares placeres personales, y no olviden que en ocasiones es más gratificante adelantar mentalmente el goce que experimentarlo físicamente. Ya les digo yo que nos gusta complicar lo que es sencillo…