POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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DÍAS DE LLUVIA

“El agua tiembla llena de viento.”
Alejandra Pizarnik

Agua y vida son dos bellas palabras indisolublemente unidas. Las sondas espaciales, en sus rutas por y más allá de nuestro Sistema Solar, tratan de detectar la presencia de agua en cometas, satélites o planetas. Puedo imaginar por un momento el nacimiento de la vida como el cuadro “El sembrador” de Vincent Van Gogh, en el que la fuerza y la energía creadoras se personifican en el campesino que esparce las semillas de vida en un huerto-universo. En nuestro planeta, la tierra, el agua y el aire conformaron las condiciones favorables imprescindibles para que germinara la simiente y surgiera la vida.

La lluvia llega a lomos de nubes jardineras que el viento mueve caprichoso. Y ya que los conceptos se mueven en continuos que van desde la máxima proximidad hasta el borde mismo de la ruptura, no se puede entender la vida sin la muerte; como tampoco se saborearán plenamente los días de sol si no se conocen los pluviosos. No sé por qué pero cuando llueve los humanos nos volvemos torpes. Los coches, con las luces de los faros encendidas, parece que añadieran minutos a su velocidad de reacción; mientras la gente esboza un desorden salpicado de paraguas y chubasqueros. ¿Habrá un invento más incómodo y poco práctico que los paraguas para los días de lluvia? A poco que sople el viento, más que con una ayuda nos encontramos con un estorbo en las manos, ¡no me extraña que siempre los estemos perdiendo!

Cómo vamos cambiando las personas a lo largo de la vida. Con lo que disfrutábamos en la niñez pisando los charcos y el berrinche que de adultos nos supone mojarnos los zapatos…Pero creo que algo permanece inalterable, el general fastidio que nos supone despertar y que esté lloviendo. No digo yo que después del largo y seco verano no gusten las primeras lluvias otoñales, pero pasado el placer de lo novedoso cada nube que descarga es un engorro. Porque la lluvia es muy poética e inspiradora, aunque mucho mejor verla a través de los cristales, cómodamente instalados en la cálida tranquilidad del hogar; sin soportar el agua que te cae de los tejados, la que te salpica de las ruedas de los coches, la que te empapa la espalda bajo tu paraguas, la que te regalan los paraguas ajenos, etc. ¡Nosotros renegando y los niños y las niñas saltando felices de charco en charco!