POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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DONDE NO CABE EL OLVIDO


Sobrecogida por la terrible situación que se está viviendo en Egipto me dispongo a escribir en esta mañana de domingo un nuevo artículo a modo de paseo virtual por los rincones de la vida a partir de una imaginada caminata por la Alameda. A veces la impotencia es el complemento de los desayunos en nuestro confortable universo inmediato. En el mundo se sufre, y mucho. La muerte esboza su desdentada y desagradable sonrisa allí donde ni siquiera puedes imaginarlo, acompañada de una comparsa de indeseables horrores.

Indeseables, e incontables por numerosos, horrores. La tristeza tiene múltiples expresiones. Pudiera verse como una amante del disfraz, con un sin fin de máscaras para según qué ocasión, siempre con un asqueroso perfume que deja un rastro imborrable. Lo feo abre un surco a modo de cicatriz, ya sea en la tierra, ya sea en las pieles. Con independencia de la mayor o menor receptividad, sólo el hartazgo puede hacernos insensibles a lo negativo. O la propia y previa insensibilidad.

Si tengo fuerzas para adentrarme en el conocimiento de las vilezas que se mantienen vivas en este planeta, a base de alimentarse de las vidas ajenas, casi y como siempre de los más débiles, una incómoda desazón me lleva a preguntarme cómo puede el ser humano llega a tal grado de inhumanidad, e inventar y recrear de modo tan infame actos tan vergonzosos para con la humanidad en su conjunto. Y qué puedo hacer yo para luchar contra las consecuencias y la realidad de tanto conflicto olvidado o al menos ignorado en este tiempo nuestro que a algunos nos ha tocado vivir y a otros, por desgracia, malvivir sumergidos en miedo y espanto.

¿Cómo se puede luchar contra el olvido? ¿Qué podemos hacer, en nuestra insignificancia, para evitar tanto dolor y sufrimiento en tantos millones de personas desperdigados por aquí y por allá? Es difícil no dejarse llevar por la fuerza imparable de la corriente que arrastra tras de sí el conocimiento de la  bajeza a la que pueden descender los humanos cuando son tan inhumanos. Difícil también comprender que el conocimiento y la información es el mayor antídoto contra la miseria personal. Tal vez sólo conociendo lo bajo que puedes caer, seas capaz de elevarte muy por encima.

Tenemos la obligación ética de potenciar los sentimientos positivos y de compartir el lado bueno de la vida, que aunque a veces parezca mentira también existe. Hacerlo sin mirar a otro lado cuando aparezca ante nuestra vista  lo indeseable. Porque a veces hay que saber mantener la mirada, para conocer y luchar contra lo que es insoportable incluso sólo teniéndolo ante los ojos, sin tener que padecerlo. Cuando la realidad más inmediata que nos circunda nos parezca negativa, nos bastará con recordar que hay verdaderos infiernos en este mundo, poblados de mujeres, ancianos y niños, también de hombres adultos que sin pertenecer a esos grupos cobijan en sus corazones el horror de seguir vivos después de conocer de qué son capaces, de qué somos capaces todos y todas en un mundo de ignominias y del sufrimiento que de ellas resulta.