POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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SIMPLES MORTALES


¡Ay Virgen de las Angustias Sempiternas y Señor de los más Atroces Desamparos, que cuando el más allá se muestre nos coja sanos, porque estar enfermo es feísimo! Quien más quien menos, hemos empezado el año sintiéndonos mal físicamente, sea por un resfriado común, sea por la gripe estacional o por esa más moderna a la que llamamos A. Sea como y por lo que fuere, sentirse mala sienta fatal.

Para colmo, si hablamos de origen vírico para nuestros males enseguida aparece la fiebre, que es como una alarma que emite nuestro organismo para avisarnos de que algo va mal. Como si no estuviéramos ya bastante fastidiados, encima tener que aguantar semejante sirena imaginaria evidenciando que a la mínima de cambio que nuestras defensas bajan, una se queda hecha un asquito y no sirve para nada. Madre de los Percances Imprevisibles, quiera el progreso de las molestias seguir su curso adecuado, porque sentirse tan fatídica es insoportable.

A ver, si un virus es minúsculo, si posee la más elemental estructura de todas las conocidas en el mundo animal, ¿cómo es posible entonces que cuando penetra en nuestro cuerpo, tan complejo él, nos deje más tirados que a un perrillo faldero en el mes de agosto? ¡Si para el virus, ser submicroscópico por no dar la talla para ser siquiera microscópico, adentrarse en nuestro organismo tiene que ser casi como entrar en una galaxia! ¡Si la célula en la que diga de multiplicarse ha de serle poco menos que una megacatedral!

El caso es que sea como sea, es, y no precisamente agradable. A ver, llevo desde hace tres días que no puedo con mi cuerpo, que andar me cuesta porque me pesa el peso, que los ojos me escuecen, que la garganta me pica, que me duele hasta el dolor sin saber por qué, que la cabeza la tengo ida y sin haberle comprado el billete de vuelta, que el hastío me agobia, que la pena me acecha, que la tristeza me ronda…Cataclismos invisibles tienden su red y una es como un pececillo tan débil e insignificante que al menos tengo la ventaja de que me escurriré por los orificios de cualquier red.

Serán las décimas de fiebre, será el estar viviendo a tope el rol de enferma de fin de semana, con una dedicación y atención merecedoras de premio, será el no sentir en la cara el aire fresco y el buen tiempo en los dos últimos días, pero ando ya algo desesperada por despertar y sentirme bien, nueva, con ánimos renovados para comerme la vida. Porque de química farmacológica estoy ya hasta la coronilla, con tanto antibiótico contra el virus, analgésicos para el dolor, antipiréticos contra la fiebre, soluciones mucolíticas para evitar la bronquitis, jarabes expectorantes para esputar sin arañarse la garganta y dejársela hecha un cristo.

Que está claro, que viene un bichejo insignificante y el colosal animal que para él somos se derrumba y no es ni sombra de la vitalidad que se le presupone. Que cuando nos llamamos animales superiores debiéramos acordarnos de cuando nos cogemos una gripe cualquiera, o un sencillo resfriado por un ligero enfriamiento, y entonces aprenderíamos a relativizar y a colocarnos en el justo lugar en el que nos corresponde, que desde luego no es el Olimpo de los dioses, sino el mundo de los simples mortales, y es  que aspirando a la inmortalidad olvidamos con excesiva frecuencia nuestra cristalina fragilidad.