POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LA LEY DEL SILENCIO


Sesenta y tres mujeres asesinadas por hombres en lo que va de año en este país, y por desgracia la cifra se quedará obsoleta a lo peor antes de ser leído este artículo. Un dato que ya por repetido a veces pasamos por alto. Pero la violencia nunca ha de sernos ajena, mucho menos la que mata. Sesenta y tres historias de dolor e impotencia en un marco social que no hace demasiado por evitar que haya que contarlas. Las sentencias juegan a veces a ser el último maltrato a una víctima que ya no sufrirá su efecto, pero que si existe el más allá debe de revolverse cuando le hablen de homicidio en vez de asesinato, por ejemplo. Los jueces y las juezas son a veces incomprensibles. No me extraña que haya ciudadanos y ciudadanas que piensen que esto de la justicia es cuando menos una injusticia.

Pero un año más llega el 25 de noviembre para dedicar el día internacionalmente a la lucha contra la violencia dirigida a las mujeres. Qué pena más grande que no llegue el momento en que sea innecesaria semejante celebración, aunque más que celebrar lo que se hace es acompañar en el sentimiento por tanta muerte, la mayoría de las veces anunciada y no evitada. Me da vergüenza vivir este tiempo de machismo y misoginia. No sólo es culpable el que mata, el cobarde que asesina. Culpable es quien permite que la mujer siga siendo ignorada e insultada, quien medio en broma continúa con sus repugnantes bromitas machistas, quien sigue tratando a las mujeres como las malas de cada película, quien piensa que darle el espacio que les pertenece supone robárselo a los hombres. Me daría vergüenza ser hombre y no estar al lado de las mujeres. Pero estarlo para darles su sitio, no para usarlas o abusar de ellas.

Es una lástima que haya millones de mujeres calladas en el mundo entero, simplemente porque tienen miedo de hablar, aunque las pobres vistan ese silencio con miles de excusas peregrinas. Pero lo peor es que muchas de las que se cansan de estar calladas y elevan su voz sin temer las consecuencias, no viven para seguir hablando. Sus verdugos no consienten que rompan esa asquerosa ley del silencio, que van grabando en los corazones de las mujeres a golpe de puñetazos y patadas, de amenazas y desprecios.

Hay que seguir condenando la violencia machista, cobarde y asesina, como hay que continuar alentando a sus víctimas a que denuncien y no sigan calladas. Al mismo tiempo hay que exigir que se apliquen las leyes para proteger a dichas víctimas, no a los asesinos. Y hay que purgar de maltratadores los distintos estamentos a los que las mujeres maltratadas acuden. Porque al igual que acaban de denunciar a un acosador en una de las casas de acogida de estas víctimas, existen hombres maltratadores en las comisarías, en los cuarteles, en los juzgados, en los hospitales, en los ayuntamientos. Hay que denunciar a cada mal nacido que se conozca, privado o público, para que las mujeres que por fin se deciden a luchar contra su verdugo, no se encuentren con aliados de éste en ningún sitio. O se está al lado de la mujer maltratada o se es cómplice de quien la maltrata. Que nuestra actitud no sea colaboradora de esa inadmisible ley del silencio a la que se ven obligadas y sujetas millones de mujeres en todo el mundo.