POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LA EDAD PARA LA RISA


En tanto no eres mayor de edad se te considera inmerso en la niñez o en la posterior adolescencia. Cada etapa de la vida tiene su encanto, con sus ventajas e inconvenientes. Pero si cuando eres niño o niña eres feliz, nada hay igualable. Una buena infancia es algo que no sólo se recuerda hasta el final de los días, sino que suele ser una base excelente y propiciadora para llegar a ser un adulto sano y equilibrado.

La adolescencia es mucho más complicada, por todos los cambios fisiológicos que conlleva que generalmente implican problemas, dificultades, confusión. Es una fase de la evolución personal super delicada y en la que puedes influir en tu personalidad de una manera determinante. Pero se suele contar con el factor grupo, inexistente en la infancia. El niño y la niña son tan egoístas como egocéntricos y viven bajo el cuidado de la familia, protectora y balsámica. Los adolescentes se sienten reflejados en los amigos y amigas y se ayudan mutuamente a superar una etapa difícil y en ocasiones insoportable, para los mismos adolescentes pero sobretodo para quienes les rodean.

Si en la infancia te sientes mal, estarás solo y sola, a no ser que te ampare y consuele el manto protector de la familia. La madre, el padre, los hermanos y hermanas, los abuelos, etc., todos cuidarán de ti y te mimarán hasta que te vuelvas a sentir bien. Lo malo llegará cuando te arranquen de la familia y te encuentres en un ambiente hostil. E igual ocurre con los adolescentes que sin familia y sin amigos se vean también obligados a hacer lo que no desean y a quienes se les impida vivir tal y como quieran hacerlo.

Acaba de celebrarse el Día Mundial Contra el Trabajo Infantil y UNICEF alerta sobre que hay casi 200 millones de niños y niñas entre 5 y 14 años que trabajan. De ellos, sólo un 20% lo hace en condiciones dignas en las que trabajar no tiene nada de negativo, pues se hace para colaborar en la economía familiar, sin descuidar la escolarización y la educación. Pero el otro 80% es el problema, por las condiciones de explotación laboral que padecen los que se encuentran inmersos en dicho porcentaje, cuando no de auténtica esclavitud.

Cuando conoces de los salarios miserables y de las jornadas interminables que millones de niños y niñas sufren a esa edad en que sólo debieran estar jugando y aprendiendo a ser mayores, la verdad es que sientes que este mundo no anda bien. Si ya te adentras en temas más escabrosos como el tráfico de menores o la prostitución infantil, se te encoge el corazón y te gustaría que estas cosas no ocurrieran, porque no entiendes que haya gente capaz de hacerle daño a los más débiles.

Poco se puede hacer, o al menos no sabemos muy bien cómo acabar con esto, pero al menos es importante que se denuncien estas realidades. No hay que mirar a otro lado cuando te presentan la cara más oscura de la existencia, y no precisamente la más oculta. Todos vemos niños y niñas de la calle, especialmente en las ciudades más grandes, y muchas veces incluso tratamos de evitarlos, por lo molestos. Pero detrás de ellos hay una existencia lamentable de pobreza y desprotección que ellos no eligieron y que los maltrata.

No se pueden escatimar las medidas de protección social y educativas encaminadas a terminar con un problema tan serio y grave como es la explotación laboral infantil. Gracias a ellas lograremos rescatar a quienes se les roba la infancia, para que ésta sea siempre la edad para la risa.