|
|||||
CUANDO RUGE LA MARABUNTA |
|||||
Si a ello le unimos la crisis, las medidas para atajarla, las consecuencias mediáticas de su enunciación, las repercusiones en la opinión pública, los análisis sobre su efectividad (ya sean optimistas, ya agoreros), el eco de las trompetas del Apocalipsis, la etérea música del sueño de una noche de verano, todo lo que nos causa desde el mayor desasosiego a la máxima confianza en el ser humano y su saber hacer, convendremos en que este mundo es de locos, o al menos en que nos quieren volver tarumbas a todos. Eso sin entrar en el ámbito de la política, que aquí y ahora no toca, pero que añade lo suyo al cotarro. Es imposible desconectar y tampoco es oportuno hacerlo si no te quieres quedar fuera de onda, que esto de la información es muy importante, pero no me dirán que a veces no entran ganas de dejar mudos todos los electrodomésticos que nos abren las puertas al mundo exterior. Que se callen la radio, la televisión, Internet, aunque sea por un ratito. Que no suenen los teléfonos, fijos o móviles, que dejen de llamar a las puertas, que nadie pregunte por uno. Silencio, bienvenido el ansiado silencio. Cuando estaba en el colegio se hacían una vez al año los llamados retiros espirituales, que a mí me ponían de los nervios precisamente porque el protagonista era el silencio. Había que callar, mantenerse en silencio, se supone que escuchando una voz interior (no, no eran terapias para esquizofrénicos, sino retiros para niñas de colegio de monjas) que nunca se oía, afortunadamente diría el psiquiatra. Y sin embargo, hoy no estaría de más experimentar de nuevo esos retiros, no para escuchar nada ni a nadie, sino para todo lo contrario, para poder disfrutar de no tener que leer ni oír las noticias del mundo exterior. Probar a estar, siquiera por unos días, desinformados pero felices, sin agobios debidos a esas malas noticias que para los periodistas son las más noticiables, válgame la redundancia. Es que a veces es realmente insoportable saltar de una hoja a otra, o zapear y que en todas las cadenas el protagonismo sea para lo peor de lo peor, que además resulta que no se lo inventan, que es que lo malo lo hacemos día a día los humanos, cuando no se debe a un toque de atención de la madre naturaleza recordándonos que si ella habla, hasta el más fiero se torna corderito. Total, que no nos queda otra que hacernos fuertes y tratar de no perder la sensibilidad en el camino, de manera que no dejen de importarnos según qué cosas por el simple hecho de ser repetitivas. Ser capaces de filtrar e impedir que lo externo nos angustie sin evitar que nos sacuda y nos mantengamos alertas ante lo que necesite de nosotros respuestas. Entre el ruido y el silencio hay un espacio para asimilar de la información lo que verdaderamente es esencial, desechando lo demás. Que ya se sabe que cuando ruge la marabunta todos sufrimos el peligro de quedar sepultados bajo el tumulto. |
|||||