POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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POEMAS DE DESOLACIÓN

Veintiuno de marzo, equinoccio de primavera y, desde que hace diez años así lo instaurara la UNESCO, Día Mundial de la Poesía. Veinticuatro horas  después, el Día Mundial del Agua, desde que hace diecisiete años así lo instituyeran las Naciones Unidas. Cualquier pretexto es bueno si persigue plausibles objetivos. Que sepamos que cada 15 segundos muere un niño por falta de agua limpia para beber es desde luego para escribir un poema desolador. Como aquellas “Nanas de la cebolla” que compuso Miguel Hernández para su hijo, en tiempos tan oscuros como negra era el alma de España entonces.

 

Que dicen los científicos que veinte millones de aves migratorias se ven influenciadas negativamente por el cambio climático, con alteraciones en sus pautas de reproducción y reduciendo en algunas especies su supervivencia. Ese cambio global no es ajeno, por supuesto, a las modificaciones que el ser humano causa en la naturaleza. Claro que si un millón y medio de menores de cinco años mueren al año por enfermedades transmitidas por un agua no potable, sin que se haga demasiado por evitarlo, que no me creo yo que nuestro nivel de desarrollo no pudiera acabar de cuajo con semejante estadística, ya ves tú lo que puede importarle a nadie que las aves migratorias estén viéndose obligadas a modificar un calendario establecido a lo largo de  los siglos para adecuar reproducción y época óptima de disponibilidad de alimentos.

 

Es increíble que haya aún quien no comprenda la importancia que tiene el respeto a las leyes de la naturaleza para que la vida, en todas sus expresiones, pueda seguir siendo la protagonista. Creo que no somos conscientes del peligro contra nosotros mismos que creamos al no preocuparnos por estar alterando el planeta Tierra cuando hacemos desaparecer ecosistemas y especies, sin evitar la extensión de especies invasoras que acabarán sin que podamos remediarlo con las autóctonas, contaminando sin descanso, alterando los usos que damos al suelo, etcétera. Los humanos a los que llamamos primitivos eran mucho más respetuosos con el medio ambiente y demostraban más inteligencia que nosotros, sin duda. Y los que no lo hicieron así se extinguieron y cerraron para siempre su línea evolutiva. ¡Parece mentira que no nos sirva su ejemplo para evitar caer en el mismo error fatal!

 

Lo dicho, que hoy es el Día de la Poesía, aunque es evidente que hay cosas para las que es una nimiedad dedicarles un solo día, y de hecho se les dedica todo el año, aunque su celebración sirve de excusa para un protagonismo especial con el que reflexionar y sacar conclusiones. Bueno sea el pretexto de hoy para detener un momento el frenético ritmo del desarrollo insostenible, siquiera para leer despacio algunos versos eternos. Como éstos de Miguel Hernández a su bebé de siete meses, que forman parte de esa nana tan triste que escribió tras recibir una foto suya en una carta en que la madre confesaba que sólo tenía para comer pan y cebolla. Según queda constancia documental, Miguel "permaneció recluido, con una gran depresión, en los dormitorios, sin salir al patio de la prisión. Después de dos días de "auto reclusión", apareció en el patio y recitó de memoria este poema a sus compañeros..." Así lo explicaba Miguel en carta a su mujer, Josefina:"Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de la cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles, te mando esas coplillas que le he hecho, ya que aquí no hay para mí otro quehacer que escribiros a vosotros o desesperarme...". Por motivos de espacio copio sólo los versos menos tristes:

 

“Tu risa me hace libre,
me pones alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor”