POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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QUE NOS QUITEN LO SOÑADO

Dicen que soñar no cuesta dinero aunque para tener opción a ciertos sueños hay que hacer algún desembolso, porque de lo contrario de nada servirá poner a volar la imaginación al servicio del placer que seamos capaces de inventar. Ahora que llega la navidad, quien más quien menos tiene la oportunidad, cuando no la obligación, de comprar algún décimo de lotería.

¿Quién no ha soñado alguna vez que le tocaba el gordo? Y no me refiero precisamente a un obeso cualquiera que te trajera la vida a las orillas de tus días, sino al primer premio de ese juego que al menos en estas vacaciones de diciembre suele tentarnos con la ilusión de “pillar“ aunque sólo sea un poquito de la felicidad que da a priori. Siempre se suele recurrir al manido “tapar agujeros” tan  de nuestros días, con los préstamos hipotecarios o de cualquier otro tipo en esta crisis nuestra que parece que ya va escampando, aunque no sabemos aún cuándo saldrá el sol.

Pero a la hora de soñar lo que menos piensa uno o una es en pagar deudas al banco o a benefactores de cualquier especie, generalmente amistosa o familiar. Para soñar no se quiere partir de números negativos, porque se supone que al menos podemos empezar de cero, qué menos. Y como este tiempo es de frío, seguro que hay sol en nuestra cabecita cuando la ponemos a pensar en qué nos haría felices. Pues está claro que solemos anhelar lo que nos falta. Si fuera un sorteo en plena canícula, la nieve sería protagonista, sin duda.

Hasta ahí de acuerdo, luego el sol inunda ya nuestros sueños de lotería, de certera lotería con un puñado de números a cuál más feo que son los que siempre tocan, después de haber puesto nosotros tanto esmero a la hora de elegir los dígitos más bonitos, con más bellos recuerdos o las más emotivas asociaciones. Siempre salen premiadas las cifras más anodinas, como suele pasar en el carrusel de la vida, que los que más tienen la capacidad de disfrute son los seres menos apetecibles.

Sol. Silencio. Ninguna prisa. Playas de ensueño. Maravillosa música. Paisajes inolvidables. Compañía inmejorable. Conversaciones interesantísimas. Una paleta desconocida de hermosa combinación de preciosos colores. Luces y cielos de ensueño. Sensaciones indescriptibles. Mejor no sigo, que aunque soñar sea bueno, también te puede poner mala, aunque sea de goce.

Así que estamos a tiempo antes de que se acabe este otoño, que ya se sabe que el invierno llega con el sorteo extraordinario de navidad y cuando las bolas se mezclen ruidosas en los bombos, la suerte estará echada para quien no hay comprado unos décimos con la consiguiente posibilidad de que te toque esa suerte que queda terminantemente vedada para quien no cayó seducido por el canto de sirena del poderoso señor don dinero.

Y a pesar de que la felicidad generalmente nunca está ligada a lo material, a ver quién es el guapo o la bella que se resiste a empezar el frío invierno sin tener la maravillosa sensación de que mientras no empiecen los niños y niñas de San Idelfonso a cantar los premios, estaremos en la misma posición de salida en pos de esa meta ideal del día: gritar de alegría mientras se descorcha una botella de cava que más que calmar la sed aligera el alma de la esclavitud nuestra de cada jornada. Por soñar que no quede, aunque sea la felicidad del premiado, que seguramente será cualquier otro menos nosotros. Y después que nos quiten lo soñado.