POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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CONTAR BATALLITAS

Apagón analógico, nos dicen, y algunos piensan que se va a ir la luz y preguntan qué pasa, qué se está preparando. Les explicas que lo que se apaga es la televisión analógica para dar paso a la digital y se quedan igual que antes, o peor. Con la sensación de que hay cosas en este mundo actual que se les escapa de la comprensión irremediablemente.

Recuerdo cuando era niña y en mi casa sonaba una radio mientras mi madre le daba al pedal de la máquina de coser. Alucinaba con aquel aparato por el que se oían voces y música. Me asomaba por una rendija a través de la que se veía luz pero no encontraba las mujeres ni los hombres que hablaban, y mi desconcierto era grande. Aún sigo sin entender estos inventos que me han ido acompañando a lo largo de la vida. Lo del apagón es una cosa más que se une a esos misterios que nunca llegaré a descifrar. Me lo explican, lo asimilo y ahí queda, en un nivel abstracto que es casi como decir que ni idea de lo que me explicaron.

Pienso en los mayores. Qué capacidad de adaptación demuestran día a día. Han vivido una verdadera revolución en lo que atañe a la vida doméstica, y la dominan a la perfección. De tejer en el telar las sábanas de lino, las colchas de lana, las tocas de cocina de algodón mientras se cocinaba en las cocinas de carbón o se planchaba con aquellas planchas de hierro que se calentaban con picón o sobre el fogón, han ido incorporando al hogar la radio, el transistor, las neveras, los frigoríficos, los congeladores, la tele –primero en blanco y negro, después en color-, las lavadoras y las secadoras, los radiocasetes y los tocadiscos, los reproductores de vídeo y de CDS, los ordenadores y los portátiles, las cámaras de fotografía y de vídeo -primero analógicas y después digitales-, el teléfono y los móviles, y todo lo demás que no recuerdo pero que ha ido llamando a las puertas y ocupando, sucesivamente, un rincón en nuestras casas sin apenas resistencia.

Supongo que así seguirá siendo, que los hoy niños cuando sean mayores y miren hacia atrás podrán enumerar toda otra serie de inventos que lo más probable es que los adultos de hoy no podamos disfrutar jamás, por razones obvias. Pero en el siglo pasado, desde los 50 para acá, ha habido tantos cambios que nuestros abuelos se merecen un homenaje por haber sabido recibirlos con la naturalidad con que lo han hecho. Aunque algunos nunca se creyeron lo del alunizaje por parte de los astronautas norteamericanos, lo cierto es que hasta les tocó vivir, retransmitido en directo por televisión, semejante acontecimiento. Y no sólo no están mareados por la vorágine, sino que por el contrario demuestran una capacidad de reacción que ya la quisieran para sí personas mucho más jóvenes.

La gente joven es el futuro, eso es cierto. Pero llegan a un mundo del que desconocen el pasado, aunque sólo sea para comparar y no quejarse tanto. Si hubieran conocido lo que es estar sin algo tan básico e imprescindible como un frigorífico para conservar los alimentos, seguramente no estarían tan histéricos cuando les falta el último juego para la videoconsola. Imagino. Por eso es tan importante hablar con nuestros familiares de mayor edad. Dentro de pocos años no quedarán testigos de semejante revolución social y aunque tengamos libros que de todo enseñan, cómo nos van a explicar algo igual que nuestros abuelos. Imposible.

Así que ahora que ha llegado a Baza el apagón analógico y ya se acostumbran nuestras pupilas a las imágenes digitales, vamos a hablar con las personas mayores, que nos cuenten eso que llamamos “batallitas” y a través de ellas vamos a contextualizar la manera de vivir del mundo actual, que puede que nos sorprenda la sabiduría que se encierran en esos relatos. Porque ya dice el dicho que sabe más el diablo por viejo que por diablo, amén de ser premisa aceptada que la mejor escuela es la de la vida. A quien quiera saber, que se compre un libro…pero sólo si no hay alguien que nos pueda relatar en primera persona lo que en sus páginas se encierra.