POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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VIVIR LA VIDA

Para el diccionario, vivir es tener vida. Excelente definición. Cuando despiertas cada mañana, es señal de que estás vivo. Pero un rato antes, cuando estabas durmiendo, no estabas muerto, aunque no podrías decir que estabas viviendo la vida. Por eso me gusta ir más allá del diccionario, teoría al fin y al cabo, y desmenuzar el concepto no ya de vivir, que ha quedado claro lingüísticamente, sino de vivir la vida.

La vida es el punto de partida. Tenemos generalmente pavor a perderla. Sin embargo, nada malo nos pasaba cuando aún no la teníamos. No debe ser muy distinto estar muerto a no haber nacido todavía. Aunque entre ambos estados se posiciona la vida. Pero la vida no es sólo para tenerla. Hay que vivirla, que es sentirla, disfrutarla, padecerla, aborrecerla, desearla…

Escribió Neruda, grandísimo poeta: “(…) Me gustas cuando callas porque estás como ausente. / Distante y dolorosa como si hubieras muerto. (…)” . Ausencia, eso es la muerte, y distancia y dolor. La vida comparte con la muerte el dolor, pero se diferencia en que es presencia y cercanía. Para vivir no sólo hay que estar, además uno se ha de implicar, que es lo mismo que participar, estar ahí con voz, no como un autista emocional, que no sabes si siente y padece, porque está mudo, aunque sepa hablar. Es cierto que a veces el silencio es la más bella de las voces, pero es un silencio que no equivale a mudez, que grita aun cuando calla.

Vivir la vida. Cuántos conozco que la mueren. Que están como dormidos, vivos pero insensibles. Los hay que pasan de puntillas por su parcela de existencia, y se van como llegaron, sin dejar huella, sin un recuerdo en los demás que los mantenga vivos más allá de la vida. Y los hay, mismamente podría quedarme con Pablo Neruda ya que lo he nombrado, que dejaron la vida pero que están tan vivos que a través de su obra son además capaces de hacer que otros muchos recuperen las ganas de vivir cuando se sienten como muertos.

Vivir la vida. Mucho más que despertar cada día y rellenar de actividades la particular y diaria hoja de ruta. Mucho más que ir tachando fechas en el calendario. Tal vez eso sea más morir que vivir, pues cada día que pasa es un día menos, además de ser un día más. Mucho más que sentir el inexorable latido de los ciclos, el trazado que va dejando en las vidas el tiempo. Mucho más que ser un animal como otro cualquiera, que para algo lleva la humanidad millones de años construyendo su evolución, para vencer sus limitaciones biológicas y aspirar a todo lo que está fuera de su alcance. Soñando ser grande, uno puede escapar de su pequeñez.

Me gusta la gente que vive la vida. Que te mira y ves en sus ojos algo más que ausencia, aunque lo que asome por sus pupilas sean miedos o miserias. Para vivir no hay que estar orlado de beatitud, ni siquiera de santidad. Somos humanos, seres imperfectos conscientes de serlo. Mas tenemos la capacidad y el poder de soñar la perfección, y tal vez llegarla a rozar con la punta de los dedos. Y para ello no me cabe la menor duda de que hay que ir más allá de tener vida. Para sentirnos vivos además de estarlo, hay algo que podemos hacer, algo tan simple, y a la vez tan complejo, como vivir la vida.