POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
Para remitir sus comentarios, clique AQUÍ

ARTIFICIOS

Nacemos desnudos y aunque la ropa es un aditamento muy humano, bajo ella se encuentra nuestra verdadera esencia. Hay un fotógrafo estadounidense, Spencer Tunik, que es famoso por recorrer la geografía mundial fotografiando a mujeres y hombres desnudos masivamente. Esas multitudes desnudas dejan el componente erótico totalmente al margen y tienen un atractivo especial, porque en ellas lo esencial pasa a ser el protagonista, sin distracciones, sin añadidos que desdibujen la realidad.

Hombres y mujeres, sin vestidos, sin uniformes, a los que es mucho más difícil etiquetar. Personas en medio de la naturaleza, o en las ciudades, mezclados desde su desnudez compartida, dando forma a las escenografías ideadas por el arte de Tunik, en el que colaboran miles de personas que acuden a sus convocatorias de forma voluntaria, por el simple placer de participar de su concepción artística. Me imagino al mundialmente reconocido fotógrafo en Baza, no sería raro que eligiera la Alameda para realizar sus instantáneas. Sería genial, pero dudo mucho que alguna vez ocurra. Aunque estoy segura de que todo el parque sería pequeño para contener a los voluntarios para ser fotografiados por este gran artista.

Arte a un lado, me interesa el tema de la desnudez desde el punto de vista de la antropología, social y filosófica, no empiecen los seguidores de las distintas corrientes a reivindicar su oportunidad. Toda realidad tiene tantas caras como queramos tener en cuenta, y no veo por qué hemos de renunciar a cualquiera de ellas para explicar el todo. Somos seres sociales y se nos explicará perfectamente desde las relaciones con los demás. Pero nunca renunciaremos a las clásicas preguntas aún sin respuesta, es decir, no está de más seguir cuestionándonos quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. Porque que yo sepa nadie ha encontrado todavía la verdad que permita dejar de buscarla siglo tras siglo desde que dejamos de diferenciarnos del mono.

Los hay que disfrutan con los uniformes, que se esconden tras ellos, seguramente disfrazando su nimiedad más absoluta. Aunque ya se sabe que la relatividad es más cierta que lo absoluto. Basta cambiar las referencias para desmontar un conjunto de axiomas perfectamente estructurados. Una verdad contenida en unos puntos de referencia, si cambias éstos pasa a ser una mentira sin más. Y esto es tan cierto con respecto a las ideas y a los conceptos, como si nos centramos en la persona.

Por eso me gusta pensar sobre la gente sintiéndolos despojados de todo envoltorio, sea ropa, sea profesión, sean cargos desempeñados o demás añadidos. Los animales, los no humanos, para reconocerse utilizan los sentidos. No hay un complemento que hable. No hay un lenguaje de signos. Ni de símbolos. No hay pistas para decidir si gustan o disgustan. Al hacerlo, en uno u otro sentido, es por su esencia, por los estímulos naturales. Nada de artificio. Ni de artificial. Sin mentiras. Así es mucho más difícil equivocarnos acerca de una persona. Y si lo hacemos, será por errores cometidos por nosotros mismos. No por la falsedad ajena.