POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LUNA NO HAY MÁS QUE UNA

Quienes tenemos conexión con Internet y gustamos de navegar, surfear para los anglosajones -todo se queda en el lenguaje marinero, cuando podría ser más adecuado el de la aviación-, sabemos de las posibilidades de los buscadores y de los programas informáticos asociados. Así, por ejemplo,  Google incorpora las imágenes vía satélite para programas de mapas, poniendo a nuestro servicio la tecnología de la Nasa para conocer ya no sólo la Tierra, sino también la Luna y Marte, con sus múltiples aplicaciones y con las posibilidades que la imaginación de cada cual le eche al asunto.

Hay muchas cosas que no son ciencia ficción y que están a nuestro alcance, como el acceso tridimensional al museo del Prado para conocer una serie de obras maestras de la pintura universal, 14 en concreto, con una precisión nunca antes ni imaginada. O bucear en los misterios de mares y océanos, siempre en tres dimensiones, pudiendo seguir el rastro vía satélite de animales submarinos con chips incorporados. O  con ciudades como Rosas o Gerona, pasearnos por ellas virtualmente. O recrear ciudades de nuestra Historia, como la Roma clásica, y andar sus calles empedradas, de visita por sus más significativos edificios y monumentos. Por poner unos pocos ejemplos que sirvan para abrir el apetito de la realidad virtual y sus muchísimas aplicaciones.

Luego vienen los aspectos más burdos, siempre sintomáticos de la sociedad actual, como utilizar el programa Google Earth para localizar piscinas y darse baños en las propiedades ajenas, con el agravante de utilizar móviles y redes sociales como Facebook para hacer convocatorias multitudinarias, tal y como se ha puesto de moda entre un sector de la juventud británica. O utilizar los ojos del satélite para rastrear cuerpos en las cartografías tridimensionales y realizar un Top 10 de desnudos  en terrazas, playas, barcos, etc. O sea, que George Orwell en 1949 se quedó corto en su novela satírica “1984”, con su imaginada vigilancia de los individuos por el Gran Hermano, en un terrible control social y una totalitaria manipulación de un  sistema opresor. Por más que te sientas libre y en soledad, allí arriba hay una mirada que puede controlar cada uno de tus movimientos, a no ser que te escondas.

Pero dejando a un lado lo negativo, que siempre existe, no se puede negar el atractivo de estos programas, que una vez que han puesto el planeta Tierra al alcance de nuestro ratón para maravillosos viajes sin movernos del despacho, nos regalan también la posibilidad de repetir, verbigracia, los alunizajes del programa Apollo de la Nasa. Y qué decir del conocimiento del planeta rojo, pues gracias al Google Mars  podemos acercarnos a Marte a través de un mapa de altura, o de imágenes visibles o a través de fotografías de cámara de infrarrojos. Casi nada.

De eso a poder chatear con una auténtica marciana no hay más que un paso. No es broma, se llama Meliza y sólo hay que localizarla en la región de Cydonia, en el mismísimo Marte, dónde si no. Quienes gustan de hablar con desconocidos sin hacer caso de los sabios consejos de nuestros abuelos, podrán saber que se siente muy superior a los terrícolas, que le parece que su planeta rojo es mucho más bonito que el nuestro azul, porque además ella puede disfrutar de dos lunas y nosotros sólo de una. Cualquier paseo por nuestra querida Baza se me antoja mucho más placentero que el más fascinante viaje virtual, por minucioso y lejano que sea. Me quedo con mis habituales recorridos por la Alameda antes que cualquier aterrizaje en Marte, aunque confieso que cuando me acerco a tan precioso planeta siempre caigo ya en la tentación de perderme por Cydonia, por si acaso me encuentro con la orgullosa Meliza, para decirle que  no se crea que la envidiamos, porque aquí en la Tierra podemos vanagloriarnos de que luna, como madre, no hay más que una. Y eso tiene su encanto, y si no que se lo pregunten a los poetas.