POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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LA IMPORTANCIA DE LOS GESTOS

Puede parecer que sí, pero la importancia de los gestos no pasa desapercibida para quien gusta de la observación. Saber mirar es importante, sin perder la educación de hacerlo sin que se note. A nadie le gusta sentirse vigilado. Tan importante como no poner etiquetas a cada conducta observada. Hay mucha gente que juega a ser psicólogo, pero quienes estudian psicología lo primero que aprenden es que hay que huir de marcar a nadie con un nombrecito que le va a pesar como ni podemos imaginar. Por cierto, psicología viene de psique; es decir, es la ciencia que estudia la conducta. Lo digo para quien comete el error de escribir sicología sin la pe, que viene de sico; o sea, el tratado de los higos. Que no es lo mismo.

Ya digo, la importancia de los gestos, que es similar a la de llamarse Ernesto, que diría Oscar Wilde. Hay quien agrede a base de sambenitos, de etiquetas; que usa la palabra como insulto, y que desconoce que si ésta  pudiera elegir, le dejaría mudo. Pero hay temas en los que no cabe elección. Lo que no evita entender que quien utiliza el lenguaje cual metralleta, generalmente busca asesinar en el otro lo que no quiere reconocer en él. La estrategia del cobarde y del que disimula. Que no sirve para esconder su falta de arrojo a los ojos de quien gusta de mirar y sabe hacerlo, ante quien jamás logra volverse invisible, por más disimulo que le eche.

Hay quien habla de concordia mientras asesina inocencias. Quien construye muros infranqueables, al tiempo que habla de apertura. Los hay que esconden la mano y tiran la piedra, pretendiendo ignorar que la pedrada duele aun cuando se desconozca desde dónde llegó. A algunos se les llena la boca de principios exclamados en alta voz, sin temblarles el pulso al aprovecharse de quienes confían en dichos principios. Nada peor que los exagerados aspavientos que sólo buscan distraer la atención de lo que verdaderamente es importante.

Para comprender la importancia de los gestos no puede uno quedarse en lo superfluo, ni en la apariencia, ni en lo evidente. Hay máscaras para esconder lo que uno no debe o simplemente no quiere mostrar. Y caretas para que no vean la podredumbre de alguna realidad. Pero los gestos son como las raíces, que por más que uno quiera aprisionarlas acaban destruyendo cualquier opresión y saliendo a la luz. Llevan en su esencia la fuerza de lo auténtico, con independencia de la valoración que se haga de ellos.

La verdad de cada quien no se convierte en mentira porque así lo decidan los mentirosos. Ni la mentira se vuelve verdad por muchas veces que se repita. Pero lo mejor de todo es que cuando uno está bien consigo mismo, nada ni nadie lo puede estropear, aunque lo intente. Cuando el bienestar viene de dentro, la maldad externa no te roza siquiera. Y si llegar a comprender esto puede llevarte muchos años, una vez que lo aprendes no cuesta demasiado esfuerzo el practicarlo.

Hay cosas, como algunas palabras, que se las lleva el viento, y de ellas no queda ni la más remota memoria. Pero hay otras, como los gestos, que a veces se te graban en el cerebro como a fuego, y te impiden olvidarte de ellos a pesar de que traten de explicártelos. Gestos, gestos, filosofía gestual. Por cada palabra vacía, hay un gesto que te hablará si sabes observarlo.