POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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SI LAS LAGARTIJAS HABLARAN

Acaban de encontrar en Chiapas (México), una lagartija atrapada en ámbar con una antigüedad de más de 23 millones de años, siendo a día de hoy el animal más grande encontrado en esta resina fósil. Se han encontrado un total de 30 lagartijas en ámbar, si bien ésta es la más grande. A quienes nos gusta el ámbar para las joyas, solemos sentir que llevamos en ellas atrapado el tiempo. Un tiempo que cuenta cosas a quienes saben escucharlo, a la manera de la voz de las caracolas.

Si las lagartijas hablaran, la de Chiapas nos diría que vaya faena que le cayera una gota de resina para dejarla atrapada por los siglos de los siglos, en compañía además de unas feas hormigas que le estaban mordisqueando, y de un grillo y peces polilla que se convirtieron por mor de la resina ardiente en sus compañeros de viaje a través del tiempo.

El ámbar no es un mineral, pues su origen es orgánico, y dependiendo del árbol que proceda, su composición varía. Esta resina vegetal las producían los árboles para protegerse de los insectos y de enfermedades, y su nombre quiere decir “lo que flota en el mar”. Tiene una variedad de hasta ocho colores, la más preciada es precisamente la mexicana, en rojo (cherry), y encierra con bastante frecuencia datos muy importantes para los científicos. Empezando por estructuras celulares y fragmentos de ADN, imposibles de hallar en otros restos animales deshidratados; y siguiendo por información  esencial para conocer algo acerca de ecosistemas desaparecidos hace miles de milenios.

No es de extrañar que en la antigüedad se le dotara de poderes mágicos, y fuera un talismán para algunas culturas. La pieza de ámbar más antigua trabajada por el hombre tiene “sólo” 30.000 años. Y es que lo que está claro es que si las lagartijas hablaran, lo que no nos iban a decir jamás sería algo relacionado con los seres humanos, ni siquiera en sus primeras fases de evolución. Por algo tan simple como que esta resina procede de coníferas que datan de unos 25 a 40 millones de años, mientras que los primeros homínidos de los que se cree que ya eran bípedos, todo lo más tienen una antigüedad de 7 millones de años.

Pero no me dirán que no es romántico, mágico y misterioso llevar una pieza con burbujitas de aire, o gotas de agua de hace tantos millones de años que ni los seres humanos existíamos. Es como que llegue a la Tierra  un fragmento de meteorito y te toque; hace años recuerdo que cayó uno, entró por el parabrisas del coche y le rompió un dedo a un conductor que estaba al volante. No sé qué pensaría él, pero entonces y aún hoy hubiera dado cualquier cosa por ser la elegida para que un fragmento caído del Universo me buscara a mí (sin matarme, claro).

Aprovecharía para preguntarle a esa piedra celestial todos los enigmas del Universo, y a la lagartija de Chiapas las múltiples preguntas sin respuesta acerca del origen de la vida, de las condiciones de nuestro planeta antes de que llegara el hombre para degradarlas. Y estoy segura de que aun sin hablar me regalarían tantas respuestas como las caracolas marinas cuando te las llevas al oído y te acercan el canto del mar. Para oír basta saber escuchar, y distinguir los cantos de sirenas de lo realmente importante.