POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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MALTRATO INHUMANO

Se acaba el verano, y con él las numerosas fiestas locales por pueblos y ciudades del país, cuyo denominador común es la diversión para todos, aprovechando el buen tiempo y que es la época de las vacaciones. La fiesta es algo que acompaña al ser humano desde que se tiene memoria, no sé si porque el hombre inventó la jarana, o si fue la misma fiesta la que eligió al hombre para manifestarse en sus múltiples formas.

Broma aparte, lo cierto es que fiesta y tradición se dan la mano y mutuamente se necesitan, la primera para brillar y la segunda para transmitir el brillo. Hasta aquí nada que objetar. Lo malo viene cuando un importante y frecuente elemento de diversión de las fiestas, estivales por lo general aunque también se extienden al resto del año, es el maltrato animal. Toros, vacas, perros, gatos, burros, gallos, carneros, bueyes, toda una larga lista de animales se convierten en blanco de abusos y maltratos en vergonzosos espectáculos en los que la diversión humana consiste en hacerlos sufrir hasta la muerte, no sin antes someterlos a torturas insoportables y degradantes.

Si individualmente pedimos a las personas su opinión sobre esta clase de diversión, invariablemente te suelen contestar que están en contra de hacer sufrir a los animales, que hoy por hoy ya no tiene ningún sentido el maltratarlos, y que estarían totalmente de acuerdo si se acabara con tales prácticas. No creo que el maltrato animal haya tenido jamás algún sentido, pero si nos remontamos a los orígenes de la humanidad, cuando el animal era un depredador del hombre, indefenso en un medio hostil, tal vez hubo un momento en nuestra evolución en que ese enfrentamiento era lógico e incluso necesario. Pero de entonces al presente ha llovido mucho, el hombre ha pasado a dominar la naturaleza y cuenta con medios de sobra para enfrentarse a una lucha digna de la inteligencia que se le supone.

Aunque una cosa es la opinión individual y otra muy distinta lo que se piensa al ampararse en la masa. Entonces se recurre a la tradición, concepto muy manido que sirve de cajón de sastre para justificar hasta lo injustificable. No cabe hablar de tradición para excusar la crueldad, la tortura, el maltrato gratuito y salvaje a unos pobres animales indefensos. Ya no es tiempo de sacrificios para que unos dioses a los que se les tiene miedo sean benévolos con los pobres humanos. Ahora, el hombre no es víctima, sino verdugo.

Me avergüenza formar parte de una sociedad que disfruta haciendo sufrir, que no basa el divertimento en el respeto, que sigue empleando rituales de violencia asesina con maltratos físicos y psicológicos. No caben explicaciones ni justificaciones para enmascarar la bajeza moral de hacer daño por pura diversión. Quien se divierte con el dolor ajeno es sencillamente un sádico. La tradición cultural exige movimientos de transformación que suponen una adaptación a los nuevos tiempos e implican innovaciones y alternativas a favor del bienestar y en contra de la degradación moral de la sociedad en su conjunto.

La vida ha de vivirse con dignidad. Cuando tratamos a los animales negándoles esa dignidad vital que a ellos también les corresponde, somos nosotros los más indignos animales. En cualquier espectáculo en que se acosa y maltrata salvajemente a un animal hasta la muerte, entre risas y una inexplicable alegría incluso entre los más pequeños, ese animal que muere sin entender qué está pasando y por qué se le está matando despacito y sin posibilidad de lucha de igual a igual, no es la bestia  del festejo. La bestia, indigna y cruel, es quien no sólo disfruta con la tortura hasta la muerte, sino que además se ampara en no sé qué tradición o costumbre para acallar a quien eleva su voz para expresar su oposición y decir basta. Una salvajada es siempre una salvajada y no cabe su conmemoración repetitiva hasta convertirla en uso o costumbre. Si el ser humano lo es, que empiece por demostrar que es capaz de extinguir de su círculo vital todo lo inhumano.