POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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HUMANO - INHUMANO

Justo acababa el largo periodo de dictadura en España, cuando un famoso grupo británico de rock progresivo, Supertramp, sacaba un elepé llamado “Crisis? What Crisis?”, con una portada que casi treinta y tres años después sería de lo más idónea, si bien como carátula de un CD, pues el vinilo se esfumó de la industria discográfica hace ya mucho tiempo.

Las crisis son cíclicas, y nos llegan desde fuera, pero cada una de ellas tiene sus propias características que la hacen única, y se viven malamente allá por donde van dejando su huella. Nos consuela saber que, como en todo ciclo, después de causar sus negativos efectos, empezará a responder a las medidas que buscan atajarlos, y finalmente se irá, abriendo un camino a una nueva etapa de bienestar.

Las leyes de la economía mundial suelen tener su manera de actuar, que a los analistas especializados les permite tomar decisiones para encauzar situaciones que toman rumbos no deseados. Lo malo será cuando las leyes dejen de tener una lógica más o menos previsible, y llegue un punto de no retorno. Cosa que nos queda muy lejos, a mi humilde y profano modo de entender. Lo cual no quita para que debiéramos ir pensando, la especie humana, otras maneras de vivir el día a día. Mucho menos caras y más respetuosas en términos medioambientales.

Somos una sociedad consumista, que gastamos sin recordar que los recursos son escasos y perecederos. Somos egoístas y pensamos que a nosotros no nos pillará la crisis definitiva. Ni siquiera los que tienen hijos piensan en ellos o en sus descendientes de futuras generaciones. Arrasamos por donde pasamos, y como una imagen vale más que mil palabras, no hay más que mirar lo que el hombre está haciendo con la selva amazónica, verdadero y necesario pulmón del planeta Tierra. Después de diezmar las selvas tropicales de Asia y África, estamos aniquilando la Amazonia, sin importarnos que sea el hábitat de seres humanos y especies animales en peligro de extinción.

El hombre ejerce su influjo devastador en tierra y mar, además de en el cielo, porque ahí tenemos el agujero de la capa de ozono, o las toneladas de basura sideral. Somos destructores, y no solamente porque nos encanta jugar a la guerra. No nos sentimos culpables al provocar que especies animales y vegetales pasen a encontrarse al borde de la desaparición, bien por nuestra acción depredadora directamente, bien por el agotamiento de un recurso que les es imprescindible. Mamíferos, aves, reptiles, anfibios, insectos, plantas, hongos, etcétera, son  nuestras víctimas, vulnerables e indefensas ante la amenaza del hombre y su acción.

Así que para mí la verdadera crisis, y la que en verdad me parece sumamente grave, no es otra que la del ser humano, tan inhumano, y la de la sociedad que se ha inventado para vivir sin peligros. Lo que pudo ser válido al principio de los asentamientos de los hombres al dejar la vida nómada, está claro que ya no nos sirve. Puede que ya estemos a salvo de ataques tribales, que no sé yo con tanta guerra interminable, o de las fieras salvajes…Puede que hayamos dominado a la naturaleza y al medio hasta el punto de poder reproducir las condiciones necesarias para nuestra supervivencia. Pero de la doma hemos pasado al claro abuso, y o somos conscientes de que esto puede acabar muy mal, o al final acabará no mal, sino definitivamente.