POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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CRUCES DE MAYO

La festividad de las cruces de mayo tiene unos orígenes confusos y en los que no se ponen de acuerdo los historiadores, pero ha llegado a la actualidad como unos días, en torno al 3 de mayo que es el principal, en los que en las calles de las ciudades se instalan unas cruces hechas con flores o adornadas con ellas. Los barrios visten  sus cruces y los mantones de Manila y todo un conjunto de ornamentos de cobre, de loza y porcelana, de cristal, tratan de lograr que cada una de ellas sea la más vistosa y hermosa.
Se celebra la fiesta con gran algarabía, y corre el vino y suena la música. Poco a poco se ha hecho tradicional el comer palomitas y habas con bacalao, mientras se bebe una rica cuerva o sangría. También se echa mano de los embutidos de la tierra para entonar los cuerpos mientras suenan las sevillanas y la gente baila y ríe comentando las características que diferencian a unas cruces de otras.
Aunque también hay siempre detalles comunes, como la manzana con unas tijeras hincadas en ella. Preguntando a los que saben de estas cosas, parece ser que se trata de que no se le pongan peros a la cruz, y de que todo sea positivo. Los cacharros de cobre, esos que nunca faltaban en casa de los abuelos, pero que hoy ya es más difícil de verlos como no sea en lugares típicos o en esta misma festividad, están también por lo general como adornos principales. Y los lebrillos de barro, pintados a mano, como muestra de nuestra excelente cerámica.

Y muchas flores, claveles y geranios comúnmente, aunque también podemos ver rosas, calas, flores silvestres, etc. Toda la primavera acompañando la imaginería popular de esta fiesta. Y como elemento esencial, el marco elegido para montar y vestir la cruz: plazas, patios y rincones entrañables de la ciudad para terminar de dotar de belleza esta tradición de siglos. Además de las mayas: las niñas disfrazadas de primavera florida que aprovechan la ocasión para pedir en las calles unas monedas que colmen su ilusión.

Esta fiesta tiene para mí una nota esencial que no es otra que la  hospitalidad. Se adorna una cruz y se agasaja al que se acerca y se detiene unos minutos a verla. Si es en un patio, se abre las puertas de la casa hasta altas horas de la noche. Se invita a unos tragos y a un picoteo, mientras se explica todo el proceso seguido y la elección del motivo anual. Es una pena no poder premiar a todas y cada una de las cruces que entran en concurso.

Por poner un pero, no a las cruces ni a la fiesta, me parece una lástima que haya personas, excepciones mas las hay, que respondan a esta hospitalidad con destrozos en flores y mantones, por ejemplo. Tal vez se deban al consumo de alcohol tales hechos vandálicos, no sé. Pero creo que hay que cuidar mucho este aspecto, y no permitir que dicho consumo acabe con esta hermosa y popular festividad. Que lo secundario no acabe dando al traste con la verdadera esencia de estos festejos que sólo buscan celebrar la primavera y hacerlo con alegría.