POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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SOMORMUJOS Y  DEMÁS ANFIBIOS (2)

Siguiendo con estos apuntes de etología satírica, antes de avanzar me gustaría aclarar que he denominado anfibios a aquellos seres que muestran conductas de lo más normal, en sentido de general, pero que lo hacen sin que haya verdad en sus pautas. Si lloran, su llanto enmascara propósitos que al común de los mortales se le escapan; si ríen, hay mentira en su risa. Y así con todas las expresiones de sus sentimientos. Porque si el egoísmo es en sí mismo puro instinto de supervivencia, los anfibios hacen del “yoísmo” su única seña de identidad: más allá de ellos, no hay nada ni nadie, sólo un páramo por conquistar y del que adueñarse para que nada disturbe su ego.

Así, junto a somormujos y bien peinados, pululan por la jungla del fingimiento los babilonios, nombre que he tomado de los sauces llorones o de Babilonia y que me viene de perlas para referirme a esas personas a las que todo les va de maravilla pero nunca dejan de llorar sus penas a quien hasta ellos se acerca. Magistrales en el arte del victimismo, sacan en el otro el instinto materno-paternal que dicen que todos llevamos dentro. Cuanto mejor les va, más lloran; y cuanto más lloran, más consiguen. Sus lágrimas de cocodrilo son un arma poderosa que despliegan cual escalera por la que ir ascendiendo de categoría, a costa de la bisoñada ajena.

Expertos también en el arte de trepar, tenemos a los hiedra o los yedra, artistas en el  parasitismo, que se arriman al sol que más calienta o al árbol que mejor sombra les ofrezca para cobijarse. Su secreto es mantenerse lo más neutros que sea posible, sin llamar nunca la atención sobre sus personas. Si acaso, desarrollan a la perfección el rol de la humildad y del no importarles quedarse en un segundo plano. Aunque lo cierto es que esconden una ambición desmedida y con un “a mí me da igual” siempre logran estar en primera línea y, para más inri, protegidos y a salvo para poder conseguir sus más ocultos objetivos. Estos anfibios suben a los cielos a costa de que los demás desciendan a los infiernos, porque si el resto se quedara en la tierra, no lograrían que su nivel fuera tan alto ni la distancia con los otros tan importante.

Parecidos a los yedra, los claudios, aunque si los primeros se esconden tras una neutralidad que les hace invisibles, los claudios juegan a hacerse los tontos para no despertar recelos en la competitividad ajena. Entre gente muy competente que va siendo decapitada a diestro y siniestro por representar un peligro como adversaria de los fines del más fuerte y de sus acólitos, estos anfibios son maestros en hacer creer que con ellos no hay ningún problema, que nunca serán competencia porque no dan la talla. Pero cuando llega el momento sorprenden a quienes los menospreciaron con su indiferencia, consiguiendo ocupar el puesto por el que muchos peleaban. Nada tontos, sino muy listillos ellos, dejan que sean los otros los que le vayan allanando el camino para conseguir la meta común, eliminándose entre sí.

Ni qué decir tiene que estas categorías no son excluyentes. Es muy posible que algunas personas puedan ser encajadas en más de una de ellas, sucesivamente o al mismo tiempo. No tiene nada de extraño, por ejemplo, que un yedra sea a la vez todo un somormujo; o que un claudio sea babilonio en momentos puntuales. Entre los anfibios que he descrito y los que me quedan por describir hay tantas combinaciones como podamos imaginar, y no tenemos más que pensar en las conductas de muchos entre  quienes nos rodean, una vez que hayamos sido capaces de levantar el velo con el que desdibujan su actuar. Esa es precisamente la clave para contrarrestar su fuerza: son difíciles de detectar ya que siempre llevan un traje a la medida, pero carecen de calidad humana y debajo de su camaleónica apariencia no hay nada, por lo que una vez que consigues reconocerlos, ya es muy difícil que te engañen, por mucho que se mimeticen para pasar desapercibidos. Seres disfrazados sin valores ni humanidad, lo único que tienen es puro continente, pero están vacíos de contenido.