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PRIMAVERA DE DOLOR |
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Primavera de dolor, que se vive ajena al camino que pueda rememorar pasión alguna, sea en catorce o en quince estaciones. El dolor no es un espectáculo, ni una devoción, ni una tradición, ni un llanto público. El dolor no sabe de organizaciones, ni de asociaciones, ni de convencionalismos repetitivos vestidos de arte fino, entre otras cosas porque el arte emociona íntimamente, sin precisar de alborozos callejeros. El dolor es un niño muerto cada quince segundos por falta de agua potable. O una mujer prostituida y enganchada a la droga dura para dar placer a quien lo paga en contra de la voluntad de esa mujer. O las miles de personas que malviven como ratas en agujeros infectos, con el cerebro trastornado por el daño que les provocó la vida. El dolor tiene múltiples y tristísimas apariencias, y no sabe de túnicas que rasgar ante multitudes, ni de derroche en tiempos de necesidad, ni de mercaderes de templos que ya suscitaron la ira de Jesús hasta el punto de asustar a latigazos a animales y niños, los únicos seres inocentes en los paraísos de la inocencia perdida. Primavera de dolor, provocado en ocasiones por quienes Jesús, a través de San Mateo, llamó sepulcros blanqueados, gente de apariencia bonita e interior de inmundicia y maldad, que pecan de hipocresía, y se azotan en público con llantos de plañidera pasada de rosca, mientras cultivan en privado los vicios y debilidades más inconfesables. La fe se vive en el corazón y no usa protocolos. No tiene reflejo en imaginerías que para el no creyente puede a veces recordar una primitiva idolatría pagana y de culto a becerros de oro fundido en tiempos de éxodos. El arrepentimiento por el pecado no inclina la cabeza, antes al contrario se muta en trabajo callado por los verdaderos sufridores del mundo, los que ni tienen nombre, porque son los auténticos olvidados en los juegos del dolor público. El dolor es abusar del débil desde un poder muchas veces corrupto y arrebatado a su original dueño. Es difamar por envidia, y proyectar en los demás los errores propios. Es querer trepar a costa de otros, como parásitos que sólo buscan su bien particular, amparados en la sombra de un parapeto que les sirve de señuelo, ajeno a sus asquerosos juegos. El dolor es acusar falsamente a alguien, buscando su perdición y desaparición porque sabe muchas cosas que molestan. Que uno no sea malo no quiere decir que desconozca sus movimientos. Lo triste es que al final sea arrastrado por no encontrar el apoyo de quienes son buenos entre tanto sinvergüenza. Porque también es dolor que uno al final elija seguir subiendo, aun cuando sepa que los peldaños conllevan aplastar a quien no tiene ninguna culpa. Primavera de dolor que llega sin redoble de tambores o toques de corneta, ni trayectos marcados, ni “levantás” al cielo. Que se huele entre personas que viven sus creencias con respeto y sincera emoción. Ajena a programas y partes meteorológicos que dan felicidad o hacen desgraciados a quienes llevan un año trabajando para vivir unas horas que les son inolvidables. Primavera que marca su propio via crucis y no encuentra en oración alguna consuelo para su camino al calvario. |
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