POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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JARDÍN NATURAL

Tiene la Hoya de Baza un encanto paisajístico especial. Tal vez sea la memoria de su pasado como inmenso lago, o su geografía de valle entre montañas, el caso es que se me aparece como un precioso jardín natural, que por su altura está cerca de un cielo limpio que invita a mirarlo en las noches oscuras, cuando la riqueza celeste se muestra en todo su esplendor.

Imagino en las riberas de ese gran lago de agua dulce, por ejemplo en las Piedras Rodadas, o en las Arrodeas mismamente, a los hipopótamos, los caballos, los tigres de dientes de sable, o las hienas y ciervos gigantes acercarse a beber sedientos, y no puedo evitar que mi imaginación recree increíbles aventuras con unas gotitas de la esencia africana que encuentro en cada rincón de nuestros paisajes.

Cuando miro el reflejo de las cárcavas o badlands en el violeta de las aguas del Negratín, siempre me emociono. Hay sitios maravillosos en otras partes del mundo, de acuerdo, pero es difícil encontrar una belleza tan variada y diferente como la que nos rodea. Cada vez que me ensimismo con el Cerro Jabalcón, se me aparece como un gigantesco barco surcando la estepa, entre el silbido de los vientos y la corriente de las mareas.

No llueve mucho en la Hoya de Baza, y menos en años de sequía como éste, claro está, pero el agua está presente, de manera ocasional o más permanente. Ahora además hay embalses y pantanos muy cerca, y se puede disfrutar del contraste que conforma su presencia, unida a los barrancos y ramblas que rompen la monotonía de la altiplanicie interior.

Si a esta belleza natural sabemos unirle otra artificial que de la mano del hombre imite al paisaje circundante, estaremos por el buen camino. No hay que irse muy lejos para encontrar modelos para nuestros parques y jardines. Nuestra flora es tan variada y bella que merece la pena mimarla para el recreo de los sentidos. Porque ese es el motivo de la presencia de un jardín: recrearnos. Los niños a través de los juegos; los mayores, a través del deleite y el placer anímico.

Estará muy bien si al patrimonio artístico que poco a poco se va recuperando para el disfrute de quienes tenemos la suerte de contar con una historia que nos lo ha legado, y de nuestros visitantes, unimos el patrimonio natural de un entorno de belleza tan sin igual. Pero mucho mejor todavía, si a ambos patrimonios unimos el valor y la importancia de lo ornamental en todos los rincones en que sea posible.

La vida es al fin y al cabo cuatro días, y es mucho mejor vivirlos entre delicados estímulos que despierten agradables sensaciones. La desidia puede perfectamente ser sustituida por el mimo. A todos y a todas nos gusta más lo bello que lo feo. Hagamos pues lo posible porque esa belleza,  que seguramente se encuentra en los interiores, sea tan intensa que se haga visible por doquier. Que allá donde pueda abrirse paso la vida natural, haya una sinfonía de colores y olores producida por muchas flores, o un canto de aves que alegres revoloteen por los árboles. Que cada rincón en que pueda campar el abandono y la suciedad, se torne un homenaje a la naturaleza y entre todos transformemos nuestra ciudad en un jardín.