POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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ICEBERG

Cuando empecé a estudiar los primeros conceptos de pedagogía me llamaron la atención dos términos: educador o docente (persona que educa) y educando o discente  (persona que recibe educación). Primero, porque desconocía esa dualidad; después, porque me pareció curioso lo de “educando” para el aspecto receptivo de la acción educativa.

De todos modos, aparte de la simple observación de la curiosidad citada, pronto supe que estos conceptos, como tantos otros, no van aislados, no son compartimentos estancos que se miran desde la independencia, ni siquiera desde la autonomía. Hay una profunda interrelación entre educadores y educandos, entre docentes y discentes,  además del influjo añadido de la sociedad y de los padres.

He elegido este tema por los acontecimientos acaecidos en el colegio de La Presentación, de ataques al claustro docente a través de pintadas amenazantes, y como en el noticiario ya hay información sobre ello, no me extenderé más en los hechos. Aclaro que al mismo tiempo que no voy a entrar en los detalles, tampoco voy a hacer una valoración política y demás añadidos. Y mucho menos en plena campaña electoral.

Sí que hablaré como persona interesada en los valores imperantes en nuestro mundo actual, y especialmente en la interrelación juventud-familia-escuela-sociedad. Interrelación, es decir: relación entre los distintos elementos que conforman un entramado, una estructura. No se puede concebir un acercamiento a la educación, si no se conjugan a la vez estos factores: el niño o la niña que desde una familia se acerca a una escuela que se encuentra en un determinado medio.

Importantísimo, en primer lugar, el concepto que en la familia haya de los profesores o maestros. Y el nivel de respeto que en dicha familia se proyecte desde el interior hacia el exterior. Los críos y crías son esponjas: reproducen esquemas. Basta observarlos para ver en dónde se mueven.

Esencial, a continuación, que la escuela predetermine objetivos pedagógicos que no sean ajenos a la vida concreta que late alrededor, y que a la hora de hacer ese diseño cuente con la colaboración de los padres y de las madres. La realidad que conforma el ambiente en que se levanta, físicamente, una escuela es algo que ha de quedar reflejada en cada una de las metas educativas que se pretendan. Si no es así, apaga y vámonos, porque se educará en la teoría, y la práctica es lo que vale.

Imprescindible igualmente una legislación basada en el conocimiento de las necesidades reales del conjunto de las personas que dedican su vida a la enseñanza, y de las dificultades a las que se enfrentan a diario en todos y cada unos de los centros educativos, sin excepción. Si el profesorado se queja no es por gusto o capricho. Hay que escucharles.

Y por encima de todo, a mi entender, qué estamos ofreciendo a nuestros hijos e hijas, qué modelo de vida transmitimos a nuestra juventud. Qué valores imperan en el mundo en el que vivimos. Si realmente disfrutamos de la vida, o ésta nos arrastra. Si vamos caminando conscientes de lo que es importante, o la vorágine nos engulle.

Hechos como el de La Presentación, o como el del niño de Cortes, porque es un niño, de 14 años que mata a su madre de un tiro en la cara, son sólo puntos visibles de un iceberg muy peligroso. Y lo peor de un iceberg es que su realidad es escondida, no se ve, y quizá por ello mismo no asusta; pero cuando dice de morir y mostrarse, se lleva a todo por delante y con una fuerza incontrolable, a la que no hay modo de parar si previamente no se pusieron los medios para evitar las consecuencias nefastas a las que conduce.