POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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EL FRÍO ENERO

Mes de enero, primero del año. Mes de frío y de vientos, y, si hay suerte, de abundante lluvia que llene nuestros pantanos. Paseando por la Alameda en enero te da una especie de tristeza, porque todo tiene una capa mortecina de ausencia. Parece como si los árboles tiritaran, y los pájaros no supieran muy bien dónde posarse, siempre a la vista ante la falta de hojas. La piedra de los bancos está helada y los mayores que pasean no dejan de subir y bajar despacito, evitando sentarse, a no ser en un rincón en el que el sol caliente algo. El agua de las balsas está callada, y el borboteo del caño va como a cámara lenta, aterido y quedo. Los niños, embutidos en los abrigos, guantes y bufandas, poca energía gastan en juegos; con andar ya les basta.

Enero es un mes silencioso. Las calles amanecen húmedas y las hierbas de los campos escarchadas. La luz del sol al amanecer, cuando puede brillar porque no hay nubes, está difuminada y opaca, como perezosa, y se va alzando muy lentamente. Y por la noche, la luna va desplegando su brillo en las plazas y los parques vacíos, añorando mejores tiempos. Con las rascas serranas no quedan muchas ganas de detener el paso para contemplar su belleza.

Enero, mes de tradiciones ancestrales, como la recogida de la aceituna o la matanza del cerdo. Casi todas las actividades humanas están relacionadas con los alimentos, por más que ya en la Biblia se dijera aquello de que no sólo de pan vive el hombre. Recoger la aceituna y matar al cerdo, algo que poco a poco se irá perdiendo, al menos en sus formas más tradicionales. Pero ambas están muy ligadas a la economía de nuestra tierra.

Nuestro aceite y nuestros embutidos son excelentes, y los últimos cuentan con un clima frío y seco idóneo, con un aire sano y limpio perfecto para su curación y secado. Nuestra tierra tan variada y bella, con su  gastronomía típica y deliciosa, debiera ser un perfecto reclamo para el turismo ávido de naturaleza virgen y riquezas culinarias. En Andalucía y en España en general se come muy bien, pero en Baza y su Comarca se come excelentemente, y a ello se le puede añadir unos vinos muy interesantes, que debieran promocionarse más allá de las fronteras más próximas.

Baza se abriga en enero, porque tiene frío, y se pone contenta cuando llega la lluvia y debe coger el paraguas. Invierno y enero, una época de puertas para adentro, de corrillos al crepitar de las chimeneas, de patatas en la lumbre y castañas asadas, que siempre me llevan a mi infancia y a mis cuentos de niña. Tiempo de beber vino más que cerveza, por aquello de entrar en calor, y de no trasnochar demasiado, pues a media tarde ya es de noche. Nos creemos a veces que con el paso de los siglos somos muy diferentes a nuestros antepasados, pero seguimos coincidiendo en que nuestra vida diaria se va acomodando invariablemente al ritmo que marca la Naturaleza.