POR LA ALAMEDA

Una sección de Lola Fernández Burgos
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¡AY, QUÉ CALOR!

Baza está en una zona de temperaturas extremas. En invierno hace un frío que pela, y en verano nos asfixiamos del calor, así, sin demasiados puntos medios. Aunque la verdad es que ni ya hace el frío de hace años, ni nos podemos quejar demasiado del calor, cuando somos de los pocos lugares en los que por la noche refresca.

En cuanto al frío, cuando yo era niña recuerdo que prácticamente todos los inviernos nevaba por navidad, convirtiéndola en un tiempo blanco y escurridizo que embellecía el paisaje y helaba los juegos. Había que andarse con mucho cuidado para no pegarse el leñazo padre; con el frío tan intenso, la nieve se helaba y había puntos especialmente conflictivos, por el peligro de caídas y fracturas, en especial para los que ya no eran niños. Hoy ya es más raro que nieve, lo hace de un modo más esporádico y en ocasiones en meses tan poco idóneos como abril o incluso mayo, pero muy pocas veces en diciembre. Creo que debe ser porque los pantanos de la zona, que hay bastantes, han logrado que el tiempo invernal sea un poco menos duro. De todas maneras, no es extraño que Baza alcance las temperaturas más bajas, no ya de Andalucía, sino de España, que ya es hacer frío. ¿Y qué decir del calor? Aunque estamos un poco al abrigo de las tormentas de arena del desierto africano y la calima no suele oscurecer nuestros días, llevamos unas semanas  tan horriblemente calurosas que pareciera que nos vamos a derretir de un momento a otro. Pero llega la noche y, salvo excepciones, empieza a soplar una brisa serrana que nos devuelve la vida. Ese fresquito al caer la tarde es todo un privilegio que ya quisieran para ellos cordobeses o sevillanos, por citar algunos pueblos andaluces.

De cualquier modo, en nuestros hábitos estivales hay una serie de detalles que los más mayores saben apreciar muy especialmente. Así por ejemplo, si nos apetece un café con hielo o un cubata o un gazpacho bien frío, nos vamos al congelador y sacamos del cajón del hielo un cuenco de cubitos y ya está: listos para refrescar nuestras bebidas. Rápido y sencillo. Volvemos a llenar de agua las cubiteras, y en muy poco tiempo tendremos de nuevo listo el hielo. Y sin embargo, no hace tantas décadas que no era general la presencia en los hogares de las neveras primero y de los frigoríficos después, ni en Baza ni en ningún lugar. Nuestros mismos abuelos pueden dar fe de ello. Ahora el frío está domesticado y no ha de ser invierno para que sea un elemento más en nuestras costumbres cotidianas.

Pero no siempre fue así. De ahí la existencia de los pozos de nieve, en los que ésta se guardaba en forma de hielo, para utilizarlo al llegar los veranos. En la Sierra de Baza, en el conocido hoy precisamente como Paraje del Pozo de la Nieve, había uno de ellos. Diseminados por nuestro país, el que se encontraba cerca de los Prados del Rey era el único de la zona, y durante muchos años fue el que propició que en Baza y pueblos limítrofes hubiera hielo en los veranos. Aunque de propiedad privada, parece ser que estaba arrendado al Ayuntamiento, y ya existe mención de él a mediados del s. XVIII, en el Catastro de Ensenada. Los más mayores pueden hablarnos de las veredas de nieve, por las que los neveros o poceros bajaban los bloques de hielo a los pueblos. O de los agualojeros, que creaban y vendían los refrescos con esa nieve de pozo. O de las carruchas, los escobiles, las pellas, etcétera, etcétera, etcétera. Todo un vocabulario que fue enmudeciendo conforme la industria del frío se asentaba en nuestras vidas.

Así que no nos quejemos tanto del calor, que tenemos cómodas formas de aligerarlo. En última instancia, cuando sintamos que nuestras neuronas no responden, soñemos que nos zambullimos de cabeza en uno de esos pozos de nieve. ¡Qué alivio!