Documento 3/16 - 18 de enero de 2016

SOBRE LOS CENTROS HISTORICOS. EL CASO DE BAZA.

Autor: Francisco Alcón García de la Serrana


Hasta los años setenta del siglo pasado la ciudad de Baza era el resultado de su propio proceso, la consecuencia de una evolución coherente con su historia: el Medievo musulmán, las transformaciones de la ciudad cristiana en el renacimiento, la crisis del XVII, las luces del barroco, la depresión del XIX y los nuevos horizontes del XX.

Es esa época, habiendo evolucionado a partir de un recinto medieval aun identificable, la ciudad ocupaba unas 45 Has., manteniendo la estructura espacial de sus barrios en coherencia y continuidad con su origen y tradición. Sin embargo, en tiempos recientes las cosas cambiaron y, sin notables variaciones de población, el vigente Plan General de 2010 llega a ordenar un territorio superior a 600 Has.

Tan grandes previsiones de crecimiento han favorecido tanto la dispersión física de la ciudad como la dispersión de recursos y actividades de tal manera que, además de la ineficiencia implícita en el modelo, indirectamente se detraen a la ciudad histórica oportunidades para su actualización.

La consecuencia más evidente de la dispersión urbana producida durante los últimos años en Baza ha sido la degradación funcional del área central y, a partir de ahí, la constatación de una nueva situación: la ciudad vacía, sin vida, con dramáticas consecuencias para el centro.

Este vacío es la expresión de la destrucción del complejo tejido de relaciones propio de la ciudad histórica, vertebrada en sus contenidos por la coherente articulación de sus barrios, sus gentes, sus costumbres y tradiciones, etc., aspectos todos ellos derivados de sistemas de convivencia construidos a lo largo de la historia y hoy alterados por efecto de la globalización y los cambios sociológicos, culturales y tecnológicos, pero también por los incontrolados procesos de dispersión urbana causantes de la desagregación espacial y social de la ciudad.

Cabría preguntarse ahora qué fue de aquella intensa actividad característica del centro, qué pasó de la capacidad de convocatoria de los lugares centrales, donde quedaron las mañanas plenas de vida y actividad, donde los acontecimiento que llenaron de gentes las calles saturando la escena urbana, etc., donde en definitiva la sensación de autoestima, aquel sentimiento emocional y solidario de formar parte, incluso en la lejanía, de una comunidad local diferenciada con referencias ligadas a la memoria y lugares comunes.

En aquella época, efectivamente, los espacios urbanos más representativos eran escenarios de gran actividad cotidiana y manifestaciones festivas, variando su vigencia con las formas de uso de la ciudad, con las modas y costumbres, de modo que con su evolución se iban adaptando las reglas que rigen la relación de la gente con el espacio urbano.

Hasta el último cuarto del s.XX la Plaza Mayor era en todos los sentidos lugar central; cruce de recorridos y punto de encuentro donde se concentraban los signos identificadores de la ciudad: el Ayuntamiento y la Iglesia Mayor, implantados en el Siglo XVI y por tanto símbolos que la relacionan con su pasado y enlazan con su futuro. Allí se celebraban los más destacados eventos, alterando el ritmo de vida, rompiendo las rutinas cotidianas y convirtiendo el centro en una fiesta de la que la ciudad entera, incluso la comarca, participaban.

Era por tanto la “plaza” necesaria para que existiera ciudad en el sentido que nuestra cultura ha venido entendiendo tal concepto, de forma que era espacio de relación, convivencia e intercambio, como también lo era en el sentido clásico foro o ágora, o “centro cívico” según la idea racionalista.

La ciudad densa y compacta de ese momento, con su Plaza central, fue claro ejemplo de puesta en valor y mantenimiento del centro histórico por mor de un cierto equilibrio en su complejidad funcional y la convivencia de barrios de población agraria, artesana o de servicios, complementándose a pesar de la situación social y económica del momento.

Aquella ciudad de labradores y comerciantes cuya estructura expresaba la evidente relación entre sistemas productivos y organizaciones espaciales, sufrió durante el último cuarto del siglo XX, coincidiendo con importantes cambios sociales y tecnológicos, una serie de trasformaciones que en algunos casos resultaron letales para el centro histórico.

El proceso de desestructuración, iniciado en las décadas 60‐70 s.XX (Baza. Estudios Urbanos. Libro 2) era muy notable en los años 90 cuando los desplazamientos de población y actividades representaban ya un duro golpe para el centro que sumado a la desviación de recursos, antes referida, pusieron en crisis el mantenimiento de su condición como referente fundamental y simbólico donde se concentra la identidad y memoria histórica conformando así el principal elemento diferenciador, el corazón que debe irradiar energía al resto de la ciudad para que pueda seguir vinculada a su propia cultura.

Durante el periodo de la reciente “burbuja inmobiliaria” Baza, como numerosas ciudades medias de nuestro entorno, movilizando importantes recursos, sufrieron una brusca e incontrolada expansión, de irreversibles consecuencias, sin base en planteamientos teóricos ni debates profundos, mientras simultáneamente era evidente la deriva errática de sus centros históricos abandonados a su suerte en desigual competencia con las nuevas áreas terciarias y residenciales donde se concretaron las inversiones del momento en claro detrimento del centro.

Aunque resulte reiterativo es necesario denunciar una vez más este proceso que se mantiene todavía, agravado con el tiempo, hasta el extremo que la recuperación del centro histórico y sus barrios es ya una operación de dudosa viabilidad sobre todo por la casi total desaparición de la población autóctona que es sin duda uno de sus más importante valores (y más difícil de recuperar), donde radican la cultura y las tradiciones características de la ciudad que habrían de ser determinantes de su futuro.

La degradación del centro histórico de Baza es tal que, a pesar de algunas actuaciones puntuales, resulta necesario revisar los diagnósticos y terapias utilizadas para atenderlo por no haber provocado hasta ahora cambios rotundos de tendencia en orden a una regeneración imprescindible y urgente que, en todo caso, requiere el establecimiento, programación y ejecución de estrategias solventes, articulando coordinadamente todo tipo de medidas en un trabajo necesariamente continuo y de amplia implicación social.

No contribuyen a todo ello las nuevas decisiones de localización de superficies comerciales, locomotoras de actividad, cuyo desplazamiento del área central genera no pocas incertidumbres sobre el comercio y vida diaria en la ciudad histórica, sobre su sistema de relaciones con las poblaciones de la comarca e incluso con el futuro o significado de acontecimientos tradicionales como la feria o el mercado, antaño radicados en el centro.

Es relevante señalar que el traslado de estas actividades a 1,5 Km. del centro, además de propiciar el transporte privado, se produce sin que expresamente lo hubiera previsto ningún plan, lo que viene a confirmar que en ausencia de directrices la concreción de la estructura urbana queda sometida a la arrogancia interesada de las fuerzas del mercado y demás intervinientes, sin oportunidad para otras consideraciones.

En el momento actual, en plena crisis, la actividad planificadora se encuentra paralizada y los pocos planes que se impulsan quedan atrapados en la maraña administrativa tejida para su tramitación, muy condicionada por las parcelas competenciales y protagonismos sectoriales que propician visiones parciales, desplazando los contenidos verdaderamente relevantes de las propuestas sobre la ciudad y el territorio. Sin embargo los periodos de sosiego, cuando decrece la presión de la actividad especulativa, son momentos adecuados para repensar y reconducir los procesos urbanos. A tal fin y sin perjuicio de complejos planes, cabe también desarrollar políticas activas, de intervención directa y menor escala, tendentes a procurar mejoras inmediatas en el centro histórico con repercusión en sus habitantes, superando como únicas referencias de protección las políticas pasivas de “control” de actuaciones esporádicas y dispersas que no alcanzan a los problemas estructurales.

En este sentido uno de los principales obstáculos sigue siendo la falta de conexión, cuando no la ignorancia mutua, entre las distintas disciplinas con incidencia en la ciudad, así como su notable desajuste y descoordinación fruto de una limitada maduración de metodologías.

En el caso de Baza, los enormes esfuerzos de gestión y los grandes recursos económicos empleados en la siempre inacabada ciudad dispersa, no solo han detraído atención al centro histórico sino que han producido un cierto desapego de la actividad privada hacia las oportunidades que allí se plantean bajo el espejismo de un modelo de actividad inmobiliaria tan caduco como ineficiente que, además de propiciar decisiones arbitrarias con gran incidencia sobre las estructuras urbanas y territoriales, distrae las iniciativas hacia la conformación de un nuevo paradigma donde encuadrar la recuperación del centro histórico.